sábado, 12 de diciembre de 2015

Del “gracias” al agradecimiento

publicado el 12 de diciembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Por razones diversas crecí en una familia de pocas palabras. Por ejemplo, durante mi infancia temprana todos comíamos juntos, pero no hacíamos sobremesa. Viví en una familia a la usanza de entonces, sin gritos ni parloteos innecesarios. “Por favor”, “gracias”, “salud”, y “provecho”, no eran palabras de uso común, pues con un buen tono y sonrisa un “¿me pasas la salsa?”, era recompensando por un gesto de asentimiento y una sonrisa agradecida, sin más que decir. De igual forma, un estornudo era más fácil que recibiera un pañuelo desechable, que se recibía con un gran gesto de gratitud. Viví, crecí y me formé en un entorno donde las acciones y los modos eran los indicadores de nuestro ánimo. Y eso sí, ¡pobre de aquél que pidiera o diera algo de mal modo! El castigo era seguro y contundente,
Como es de esperarse, mi integración al mundo real fue de incómoda a dolorosa por esta razón. Desde compañeros que ignoraban cualquier petición mía por no ir rematada con el clásico “¿por favor?”, hasta algún ex marido que se daba gusto recalcándome en voz alta y de mala gana la frase de cortesía que yo hubiera omitido en tal o cual circunstancia. Su violencia verbal y de actitud era el castigo a mi omisión verbal.
Entendí con los años que, aunque lo trascendente de la cortesía es el aplicarla y no sólo platicarla, es importante entender que las reglas sociales requieren de una expresión verbal que acompañe el gesto amable, o el acto solidario. Si en el mundo debiéramos elegir entre hacer o decir, definitivamente es mejor hacer que decir; felizmente, el bien-hacer no excluye el bien-decir, lo complementa bellamente. Y la ventaja de explicitar la actitud o intención es que transfiere con mayor precisión lo contundente de nuestra conducta. Para transferir información de manera efectiva, necesitamos hacerlo de manera explícita y tácita, hasta en lo cotidiano.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Quitemos las intermitentes

publicado el 05 de diciembre del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Es muy frecuente que cuando transitamos con nuestro auto en la ciudad, nos topemos con conductores que se estacionan donde está prohibido y ponen sus luces intermitentes de emergencia, mientras esperan que alguien suba o baje del vehículo. Esta mala costumbre la tienen los conductores de transporte público y privado por igual. Más de una ocasión, he usado el claxon óptico (prender un instante las luces altas), o hasta el claxon normal, solicitando al conductor se mueva. La respuesta siempre es la misma, con distintos grados de indignación se ofenden, me señalan que tienen las intermitentes y me increpan a esperar, a darles la vuelta (invadiendo el carril del sentido opuesto) o, burlonamente, me sugieren que “los salte”. Lo más curioso del tema es que los infractores, estacionados donde no deben, se sienten amparados por “poner las intermitentes de emergencia”.  A menos de que yo tenga la suerte de siempre ir tras de un cardiólogo, un infartado o una parturienta, claro es que el término “emergencia” lo usamos para solapar nuestra falta de educación vial.
Pareciera que la existencia de las luces intermitentes nos dan permiso de “portarnos mal”. Me imagino un ladrón, tomando lo que no es suyo, pero eso sí, poniendo sus intermitentes como diciendo: “sí, estoy cometiendo una ilegalidad, pero te estoy avisando, así que sigue tu camino y me des lata, que estoy en lo mío”. O peor aún, a un padre golpeador, utilizando violencia física con sus hijos diciendo: “yo les dije que llegué enojado, así que ‘sobre advertencia no hay engaño’”. Y lo que es frecuente también es ver niños pequeños haciendo destrozo y medio, con padres que poniendo sus intermitentes nos dicen “son niños, se entiende que sean así, ya se comportarán mejor cuando sean grandes”. Consultando distintos reglamentos de tránsito y manuales de conducción reforcé el concepto que me inculcaron en mis clases de manejo, hace más de 30 años: Las luces intermitentes de emergencia se deben utilizar solamente cuando nuestro auto está averiado y está imposibilitado para transitar, son una herramienta de seguridad vial, que notifica a otros conductores del peligro inminente inevitable que representa nuestra unidad parada en un lugar indebido.

Tristemente, esta tolerancia mal enfocada a la ilegalidad nos tiene sufriendo las consecuencias de años de permitir que unos y otros pongamos pretextos que justifiquen mal comportamiento cívico, ciudadano y comunitario. Eso sí, echamos aguas siempre, poniendo las intermitentes al decir “pues yo no voté por fulano, así que no hago caso a sus políticas y reglamentos”, o “es una regla absurda así que yo no la sigo”, o incluso “todos los demás lo hacen, ¿yo porque debo seguir la norma?”.

Dejemos de usar la intermitentes para solapar nuestra falta de educación cívica, comunitaria y vial. Pensemos en cómo afecta nuestro comportamiento a los otros, y seamos más conscientes del impacto de nuestras acciones. Un comportamiento individual dentro de la legalidad logrará transformar a nuestra sociedad mucho más rápido que el parpadeo de los flashers. Y esto sólo depende de cada uno de nosotros.