jueves, 30 de julio de 2015

Inter-Beto

publicado el 30 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Así como hay niños que sueñan toda su infancia con conocer a los Reyes Magos, a Santa Claus o al Niño Dios, yo soñé muchos años con conocer a Beto. Beto, el sabio, pensaba yo, era un hombre que sabía todo de todo, el referente continuo de mi abuelita Lola y mi tío abuelo Césareo. Me daba pena preguntar en casa quién era Beto, porque con la frecuencia que me lo mencionaban, yo estaba segura que era una falta imperdonable de educación y de memoria salir con la batea de “¿cuál Beto?”, cada vez que me lo mencionaban. Recuerdo que pasé años, tratando de descubrir que Alberto, Roberto o Heriberto era el objeto de mi admiración. Un buen día en una comida familiar me preguntaron, “y tú Karlita, ¿qué quieres ser de grande?” Contesté enseguida, “¡yo quiero ser como Beto!” Grande fue mi sorpresa al ver la cara de “what?”de mis papás y abuelos, que ni la más remota idea tenían de a quien me refería.  Insistí hasta el cansancio que era Beto el Sabio, el que todo sabía; aquél que cada vez que yo preguntaba algo en casa era a quien me pedían le preguntara. Un poco preocupada por mi salud mental, mi abuelita me insistió, “Karlita, ¿cuándo te he dicho yo que le preguntes a Beto?” Entonces se iluminó mi cara y le contesté: “Abue, hoy en la mañana, te pregunté porque el cielo es azul y me contestaste ‘Beto ha saber’”. Todos se rieron, menos yo, y con gran cariño de su parte, y gran vergüenza de la mía me explicaron que, como yo era muy preguntona, su respuesta ante la lluvia de mis preguntas no era: “pregúntale a Beto”, era: “ve tú a saber”.
Hoy desayunando con una amiga, compartíamos como gracias a Internet podemos aprender de todo. En algún lugar hay desde un video, un ensayo, un blog, o hasta un artículo científico con información sobre todo lo que se nos ocurra. Claro, hay que saber discriminar la información útil del mar de datos en la Red, pero todos los que tenemos acceso a Internet, tenemos acceso al conocimiento de la humanidad y, gracias al concepto de Acceso Abierto (o acceso libre, o gratis), cada día se incorpora más conocimiento valioso a Internet.
Hoy lo que necesitamos es saber detectar información valiosa y confiable, para desechar la información engañosa, falsa e inútil; tristemente hay más de la segunda que de la primera; pero aún con esa circunstancia, el volumen de información nos permite saber porque el cielo es azul, porque cae granizo o porque debemos cuidarnos del Sol.

Sé que mi abuelita y mi tío Cesáreo, hoy día, en lugar de mandarme con “Beto”, me mandarían con Internet.

jueves, 23 de julio de 2015

Ganar y perder

publicado el 21 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Quienes crecieron conmigo saben que soy muy mala perdedora. Tan mala, que de niña prefería no jugar con tal de no perder. Esta regla, aunque me mantenía relegada de un sinnúmero de actividades lúdicas, me evitaba el drama de fallar. Y lo llevé al extremo. No jugaba en el pasamanos por miedo a caerme, ni competía en carreras por temor a quedar en último lugar. Tampoco anduve en moto, por miedo a las caídas; y pensar en escalar… ¡menos!, ¿qué tal si me resbalaba?  Fui, y sigo siendo, experta en ver todo lo que puede salir mal, soy pesimista por naturaleza.  Eso contribuyó muchos años a mi temor crónico para hacer cosas aventureras o arriesgadas.
Siendo como soy, muchos años viví atemorizada por los riesgos que me rodeaban todo el tiempo. Felizmente, con los años encontré como sacar provecho de esa debilidad. Aprendí a apostar; entendiendo el concepto según la RAE como: “Depositar su confianza o su elección en otra persona o en una idea o iniciativa que entraña cierto riesgo”. Y es que a pesar de que aparentemente el terreno de las apuestas es especialmente pantanoso, le encontré el modo. Y eso también se lo debo a mi papá. Mi papá es un gran ganador de apuestas. No es un gran apostador, sólo es alguien que cuando apuesta suele salir ganando, aunque aparentemente pierda la apuesta.
El secreto se basa en dos técnicas: una es apostar contra uno mismo. Esto es ilegal en los deportes, pero en la vida cotidiana funciona como una especie de seguro contra fallas. Un ejemplo es la apuesta que hice con cuatro amigas en la universidad. Un día, cansadas de no tener con quien salir, apostamos $20.00 a ser la última en conseguir novio. Esto es, quien quedara para vestir santos al final del semestre, se quedaría con $100.00 (una fortuna en mis tiempos). Resulta que fui la primera que tuvo que soltar su cuota y perdiendo… ¡gané! Magda, que no pescó ni un resfrío se quedó con muy buenos $100.00 y sólo invirtió $20.00. En este ejemplo, todas ganamos.
La otra técnica, que es mi favorita, es disminuir el riesgo de la apuesta. Y esto suele hacerse incrementando el conocimiento que tenemos del tema en cuestión. Mi papá es experto en esto y yo soy su mejor discípula en la técnica de: “apostemos sobre algo que parece de alta incertidumbre para todos, pero en lo que nosotros tenemos más información y por tanto, arriesgamos menos”. De hecho, en casa, especialmente con mi hermano, cada vez que ante un dilema yo digo “¡órale!, ¿cuánto apuestas?”, el contrincante se echa para atrás y me responde, “no, contigo no apuesto”. Y no porque la suerte esté de mi lado, sino porque si no apuesto contra mí, sólo lo hago en temas donde la información que tengo deja a Karla-la-miedosa-pesimista tranquila. Y esto sólo sucede cuando el riesgo es tolerable por mí y mi sistema de soporte.
Estoy convencida, por esta y otras razones, de que el conocimiento es la mejor inversión, en las buenas, en las malas y hasta en las inciertas.


jueves, 9 de julio de 2015

Silencios y aburrimiento

publicado el 09 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace algunos años, tuve la oportunidad de ir a la ópera con un amigo. Habíamos interactuado por temas de trabajo y coincidido en un taller de relaciones humanas. Sin embargo, nunca habíamos tenido oportunidad de platicar sin un objetivo bien definido.  El buen hombre, Equis para los cuates, tuvo la gentileza de pasar por mi para viajar juntos a Bellas Artes y regresarme a casa. Con un poco de pena, debo reconocer que el viaje fue e-ter-no. La eternidad reflejada en dos aspectos, el primero, íbamos en dirección Cuernavaca-DF un domingo de fin de puente. Así que un trayecto de 40 minutos, nos tomó 2 horas. El segundo, fue la conversación. Resulta que en un afán de evitar silencios incómodos, Equis pasó todo el trayecto preguntándome mil cosas. Recuerdo vagamente una referencia a “El Perfume”, a Serrat y… un sartenazo que recibí cuando hablé del aburrimiento.
Equis me regaló una cápsula de sabiduría, de esas que duran para siempre. Resulta que su mamá, desde pequeño le inculcó que “la gente inteligente nunca se aburre”. Cuando me lo contó pensé “Pues yo he de ser bien bruta, porque me doy unas aburridas…”. Resulta que la solución materna para las horas de aburrimiento era llevar un libro a todos lados y así, lograr aprovechar esos espacios en que la mente vaquetonea para complementar nuestra vida con una buena lectura.
Recordé entonces las largas esperas en coche que viví en mi infancia al lado de mi madre y mi hermano. Solíamos acompañar a mi papá los fines de semana a “terminar rápido un pendiente en la oficina” y mi madre, siempre llevaba un libro; mi hermano se entretenía jugando con un cochecito, un papelito, una varita o lo que fuera; y yo… sufría de aburrimiento crónico. Hasta que un buen día, copié el hábito de mi madre y empecé a cargar con libros y revistas, y las esperas se acortaron, mi afición por la lectura se incrementó y mi vida se transformó.  Y recordé también, los eventos que organicé durante varios años en la UNAM Campus Morelos, donde acudían investigadores y estudiantes. La gran mayoría de los asistentes llevaban siempre un artículo de investigación o el borrador de algún documento. Así, mientras esperaban al inicio del evento, o durante los intermedios, los podías ver leyendo sus artículos o corrigiendo sus borradores. Muy pocos bostezaban de aburrimiento o con impaciencia.
Efectivamente, como bien dicen Equis y su mamá “la gente inteligente nunca se aburre”, y yo añadiría “porque valora su tiempo y aprovecha al máximo la vida y su paso por ella”.

jueves, 2 de julio de 2015

¿Qué milagro va a pasar?

publicado el 02 de Junio del 2015, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Tuve mi primer novio formal a los 18 años. El buen hombre era estudiante de ingeniería una generación mayor que yo. Cuando lo conocí era novio de la amiga de una amiga. Y debo confesar, con mucha pena, que seguía siendo su novio cuando empezamos a salir. Pasaba por mí a casa, me invitaba al cine y me escribía cartitas. Yo, que nunca había recibido ese tipo de atención estaba fascinada con “el novio de la amiga de mi amiga”, hasta que un día, en un ataque de remordimiento de conciencia, le puse un ultimátum: no volveríamos a salir juntos si él seguía con su novia. Ese mismo día, el “hombre maravilloso” terminó su relación de año y medio, me llevó a la Feria de Cuernavaca (cuando era Feria de la Flor y no una vergüenza de fayuqueros y cheleros) y le presumimos al mundo nuestro romance. Poco me duró el gusto, al finalizar el semestre me escribió una carta que lejos de llenarme el oído de miel, me explicitaba lo difícil que era salir conmigo, que me adoraba pero no estaba a mi altura, y que “no eres tú, soy yo”. Yo, joven e inexperta le creí todo, hasta que regresamos a clases. Resulta que cuando lo vi en las inscripciones de la mano de la hermana de un compañero, casi me infarto. No por lo rápido que me había sustituido en su corazón, sino porque durante los exámenes finales, cada tarde que no pasaba conmigo era porque había ido a la casa de su amigo a estudiar. ESTUDIAR, sí como no. Entonces la vida me dio una de las grandes lecciones, la amiga de mi amiga, pasó junto a mí y me dijo: “Karla, ¿qué esperabas?” Y ¡zas! Lo entendí, tomé una decisión sin tomar en cuenta la historia de la situación. Un galán que tiene el descaro de coquetearnos mientras tiene una relación formal con alguien más, nos lo va hacer también a nosotras. ¿Qué milagro podría haber sucedido para que el buen hombre cambiara su conducta de apareamiento de una relación a otra?
Cuando entrevisto candidatos para puestos en una empresa, una de las herramientas de evaluación más importantes es aprender sobre su desempeño en otros trabajos, o en otros espacios de desarrollo. Quien llega quejándose de su empleo actual o de sus jefes anteriores, buscando congraciarse con los actuales empleadores, muy probablemente tendrá esa actitud de falta de compromiso y cariño con el nuevo ambiente laboral. Y no se trata de que el pasado nos condene; efectivamente, los seres humanos tenemos la capacidad de modificar nuestra conducta, pero debe de haber una razón de peso para hacerlo. Un jefe manipulador, falto de compromiso, que extorsiona a sus subalternos, va a seguir siendo manipulador y extorsionador conforme avance en la jerarquía organizacional. Promover candidatos a posiciones de mayor poder, requiere estudiar cuidadosamente su desempeño en situaciones de menos jerarquía. Si con poco poder fue un pequeño tirano, con más poder será un gran tirano. Diga lo que diga.
Mi exnovio de la carrera ya va por su tercer divorcio. Le tengo un gran aprecio pues, en su momento me hizo muy feliz, y también muy desdichada; y ambas cosas son de agradecer, pues aprendí de ellas. En su vida personal, no ha pasado ningún milagro aún que lo haga comprometerse al 100% en una relación.
Yo no creo en los milagros, pero sí en el aprendizaje y la transformación basada en la convicción que surge de las lecciones aprendidas.