jueves, 29 de mayo de 2014

Letra no tan pequeña.

publicado el 29 de mayo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace unos años, mientras esperaba en la fila del banco, me ofrecieron una maravillosa tarjeta de crédito. Como todo buen vendedor, el ejecutivo de cuenta ensalzó lo positivo del plástico: lo rápido que me la podían dar, lo fácil del trámite y la exención de anualidad en el primer año. Se escuchaba tan bien que logró su objetivo e iniciamos el proceso de solicitud de la tarjeta. Había detallitos que fui averiguando en el proceso, que la anualidad no era despreciable a partir del segundo año, que el interés mensual era uno de los más altos del mercado y que el límite de crédito era el menor de la gama que ese banco ofrecía. Pero ya encarrerada, no me pareció nada grave. Esta sería mi primera tarjeta de crédito, si nunca había tenido una, ¿qué tanto crédito me importaría tener?, el límite no parecía un problema. Me prometí solemnemente pagar todo lo que firmara al corte para no tener que pagar intereses, ¿qué importancia tendría la tasa de interés mensual si no la pensaba usar? Y sobre la anualidad, recordé la muy atractiva “promoción del primer día de compras” que me ofreció el amabilísimo ejecutivo de cuenta: De todo lo que firmase el primer día de uso de tarjeta, el banco me reintegraría el 10% en efectivo. Calculé que la tarjeta me la darían a principios de diciembre, pensé en los regalos navideños que de todas formas tendría que pagar y contar con un 10% adicional de “descuento” me pareció un regalo navideño personal. Y hasta saldría tablas con la primera anualidad.
A las dos semanas llegó la tarjeta a casa y me lancé a la plaza comercial para hacer las compras navideñas. Un mes después, al consultar el estado de cuenta, en plena cuesta de enero, vi que no había reembolso del 10%. Llamé al call center para aclarar el “error” y me fui de espaldas. El reembolso sólo aplicaba hasta un tope de $400 y sí, por ahí escondido en primer estado de cuenta, había un abono de $40. Bastante indignada ante el “engaño” del ejecutivo de cuenta, sólo por congruencia académica abrí el expediente de la tarjeta, leí el promocional y efectivamente ambos anunciaban el tope de $400.
Esta semana escuché a un grupo de empresarios despotricar, en un panel sobre innovación, contra los apoyos que el gobierno federal otorga para apoyar la inversión en tecnología. Que si llega tarde, que si no admite prórrogas, que si hay que contratar auditores desconocidos para que “hurguen” en sus cuentas corporativas, etc. Afortunadamente, me tocó el turno al micrófono y pude aclararle al público y a los indignados empresarios que el recurso llega justo en el mes que la federación lo calendariza, que las reglas de operación establecen claramente la necesidad de dimensionar realistamente el proyecto y que los auditores sólo “hurgan” en la cuenta que está destinada al proyecto de inversión en tecnología. Expliqué además como todo eso, está explicitado con claridad en las reglas de operación y los términos de referencia.

Mi tarjeta de crédito me ha sacado de mil y un apuros, una vez que leí las condiciones y entendí cómo podía sacar el mejor provecho de ella. De igual forma, los apoyos de Conacyt para que los empresarios inviertan en innovación tecnológica son extraordinarios, es cuestión de comprender la naturaleza de los apoyos y seguir las reglas de operación. 

jueves, 22 de mayo de 2014

Mentores, asesores y maestros

publicado el 22 de mayo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

No pude escapar a la fecha. Sin duda uno de los festejos más significativos para mí es el del día del maestro. Lo primero que viene a mi mente es esa bella imagen que está fuera del Internado Palmira donde hay una maestra esculpiendo a una alumna. Cada vez que analizo un logro (propio, ajeno, individual o corporativo), sé que estoy viendo el fruto de una gran cantidad de escultores que fueron cincelando un poco aquí y otro poco allá a quienes los alcanzan. La labor colectiva de formar seres humanos es la más importante de todas.
Los primeros maestros sin duda son los padres y abuelos, las primeras palabras, el sentido de lo correcto e incorrecto y los hábitos que nos acompañarán toda la vida, son fruto de su aportación a nuestro acervo educativo. Incluso modelan nuestra reacción con el resto de la sociedad, nuestras aficiones y aversiones más básicas. Al salir al “mundo real” nos topamos, si somos afortunados, con la maestra estricta, de gesto áspero y voz fuerte, que en la primaria nos exigía puntualidad, limpieza y respeto. Quien decidió ser menos popular y querida que otras, pero a quien le debemos la comprensión de la disciplina y de la recompensa tras el trabajo duro. También encontramos en el camino a la maestra comprometida y afectuosa, la que busca en los ojos de sus alumnos la comprensión de los conceptos más que la repetición monótona que viene de la memoria sin pasar por el razonamiento. O aquélla que en los recreos se acerca al estudiante solitario, al que se esconde de los demás y encuentra maneras creativas de integrarlo ya sea a otros grupos, o a otras actividades.
Conforme crecemos, aparecen en nuestra cotidianeidad personajes que dejan huella, unos de carne y hueso, otros de tinta sobre papel. Pues hay grandes lecciones técnicas y de vida en los libros, en la historia, en la ficción, en la poesía, en los artículos (y hoy día hasta en los videos e internet). Felizmente, la labor de enseñanza-aprendizaje es una que nos acompaña desde el nacimiento hasta que dejamos de existir. Jefes, colegas, amigos, amantes, compañeros, son fuente continua de enseñanza. Y, así como nuestros padres inician la labor docente en nuestras vidas, los hijos son otra maravillosa experiencia formativa.

Este día del maestro, asumamos nuestro papel como formadores de otros, entendamos nuestro rol como modeladores de nuestra comunidad y con ese cariño y vocación que recordamos de quienes reconocemos en nuestras historias como MAESTROS, compartamos con quienes nos rodean la pasión por aprender y por mejorar nuestro entorno. ¡Feliz día del maestro a todos!

jueves, 15 de mayo de 2014

Mesa puesta

publicado el 15 de mayo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

En mis primeras interacciones con centros de investigación en Morelos, además de darme cuenta del extraordinario acervo científico-tecnológico que tenemos en esos espacios de generación de conocimiento, me sorprendió lo desconocido que era esto para la gran mayoría de los que aquí radicamos. Afortunadamente, as tareas de comunicación social y pública que se han emprendido en los últimos 15 años, van dando fruto. Cada vez más personas saben que hay una comunidad académica que busca entender mejor el mundo que nos rodea. Sin embargo, pocos consideran acudir a ella cuando tienen un problema que solucionar.
Esta distancia es comprensible. Si yo tengo un problema sobre calidad de agua por ejemplo, aunque sepa que hay un Instituto que se dedica al agua, difícilmente voy a abrir la sección amarilla, buscar “agua” y esperar encontrar el nombre, teléfono y datos de contacto del instituto que me interesa. Desde el otro extremo de la cadena, pasa algo similar. Quienes investigan el agua y quieren probar alguna de sus soluciones o metodologías en algún caso práctico, tampoco van a encontrar interesados en la sección amarilla, o en internet. Ante este abismo de comunicación, los espacios académicos han ido generando unidades de vinculación que sirven como primer contacto para quienes se acercan a un centro de investigación, o para quienes dentro del centro quieren salir “al mundo real”. Estas unidades, a su vez, han establecido lazos de comunicación efectiva entre sí, con la intención de multiplicar su capacidad de atención.
Continuamente escuchamos empresarios y productores morelenses externar su preocupación por la falta de consumo de los productos locales. Sabemos que es importante para el desarrollo económico regional y para fortalecer el tejido social, generar una cultura de consumo de productos y servicios morelenses.  De igual manera es importante buscar soluciones científico-tecnológicas entre nuestros especialistas locales. Esto contribuye no sólo a la economía y a la generación de recursos humanos de calidad, sino también a incrementar la pertinencia de lo que se estudia en los centros de investigación. Conocer a mayor profundidad el entorno con estas interacciones sociedad-academia, fortalece y acerca más a ambos.
Las piezas que requiere un ecosistema de innovación exitoso están todas en Morelos. Desde generadores de conocimiento, hasta integradores de soluciones prácticas, pasando por asociaciones civiles, empresas de servicios y unidades de vinculación que tienen la función de integrar equipos que soluciones problemas reales con enfoques no convencionales. La próxima vez que tengamos en mente contratar los servicios especializados de un experto “de fuera”, volteemos a Morelos, acerquémonos a estos vinculadores para conocer quien en nuestro estado conoce del tema y cuente con la capacidad de solucionar la problemática o de asesorar al interesado para que este tenga el mejor servicio posible a cambio de su inversión. Apuesto doble contra sencillo que 9 de cada 10 veces encontraremos a un experto de talla internacional dentro de las fronteras morelenses.

jueves, 8 de mayo de 2014

Pase usted

publicado el 08 de mayo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Una práctica educativa común es salir de excursión. Durante la educación primaria de mi hija, firmé casi diez permisos para viajes a museos, teatros e incluso alguna fábrica. A pesar del muy similar modelo educativo entre su escuela y a la que yo asistí en los setentas (hasta compartimos una maestra, Greta Parrodi), a mí no me tocaron tantos viajes. Vagamente recuerdo alguna excursión a un parque y un recorrido por el Palacio de Cortés, no más. Lo que recuerdo perfecto eran las anécdotas de mis vecinos que iban a otras escuelas. Viví anhelando una visita a la embotelladora de Coca-Cola, a la planta de la Nissan, o a un museo divertido. Fue hasta la prepa y la carrera que “se me hizo” conocer las plantas de Nissan, Pond’s (ahora Unilever) y Syntex. Y en cuanto a visitar museos divertidos (“¿qué, hay otros?”), me he dado vuelo en mi papel de madre.
Aunque las tecnologías de la información y los medios masivos de comunicación nos acercan mediante visitas virtuales, ver el video de un proceso de fabricación, una obra de arte, o un equipo de alta tecnología no es lo mismo que visitar sus entornos y estar cara a cara con ellos. La diferencia radica en cómo percibimos la experiencia. En mi memoria está fijo el olor a medicina que saturó mis sentidos en la visita a Syntex, la sensación de vulnerabilidad al recorrer las instalaciones con casco y lentes de seguridad, el sonido de nuestros pasos en las estructuras metálicas de la planta; la percepción de diligencia de los trabajadores al cumplir su tarea. Una visita es una fuente de aprendizaje continuo, que impregna nuestros sentidos y persiste en la memoria.
En el 2000 tuve la fortuna de asistir a un evento de “puertas abiertas” en el Centro de Investigación en Energía de la UNAM que está en Temixco (ahora Instituto de Energías Renovables). Vi, por primera vez en mi vida, científicos de verdad, con batas y todo, en sus laboratorios. Y lo mejor, los vi en acción, mostrando sus resultados, sus experimentos y permitiéndonos a los asistentes preguntar y hasta participar en demostraciones de su quehacer. Conforme recorría las instalaciones del Centro, pensaba en lo mucho que disfrutarían la experiencia mi hija, mis estudiantes y hasta mis amigas. Incluso, me remordíó la conciencia no haber compartido la información con ellos antes, para que pudieran experimentar el deleite de sentir orgullo por nuestros científicos mexicanos (y mejor aún, morelenses).

Este viernes 23 de mayo, el Instituto de Biotecnología de la UNAM abrirá sus puertas a la toda la comunidad. El único requisito es registrarse en su página de internet: www.ibt.unam.mx. Conozco muy bien al Instituto, sus investigadores, sus estudiantes, su disciplina, sus logros y su vocación por contribuir a que un mejor mundo sea posible. Ser parte de un evento de “puertas abiertas” transforma a todos los que participan en él. El conocimiento que se comparte es un regalo que perdura toda la vida y que, estoy convencida, nos hace mejores personas al presenciar una de las actividades que nos han definido como especie, el anhelo por entender mejor lo que nos rodea. 

jueves, 1 de mayo de 2014

Teléfono re-compuesto

publicado el 01 de mayo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Estoy acostumbrada a tener que aclarar la ortografía y la fonética de mi nombre, normalmente me cuelgan el “Serrano”. Durante muchos años atribuí a mi velocidad al hablar el error, y para tratar de evitarlo, procuro decir mi nombre más lentamente, vocalizando con más cuidado y levantando un poco más la voz. El resultado sigue siendo el mismo, mi rastro por la vida está lleno de “Sedano”, “Serrano”, “Cerrano”, “Cedaño” y hasta un “Zedano” me ha tocado leer. Este lunes fui a una reunión de trabajo. Al llegar a la recepción, el vigilante muy amablemente pidió que me registrara en la bitácora y adicionalmente, pidió mi nombre para anunciarme. Le dije “Karla Cedano”, el me respondió “Karla Cedaño”, y le insistí, “Cedano, con D”. Mientras me registraba, escuché como él me anunciaba como la “Srita. Karla Cedaño”, y sonreí. Sonreí por el piropo, a mi edad agradecemos que nos digan “señorita”. y por mi falta de efectividad en dar a entender mi nombre con claridad. Sin embargo, a pesar de ese error de interpretación, del otro lado de la línea, la secretaria entendió quien había llegado y le pidió al vigilante que dejara pasar a la “Dra. Cedano”.
Si en lugar de un ser humano en ambos extremos de la línea telefónica, hubiéramos tenido una computadora, no me habría recibido nadie. Pues la computadora-vigilante insistiría hasta el cansancio en que yo era “Karla Cedaño” y la computadora-secretaria no podría permitirle el paso a “la señorita Cedaño (que no tiene cita hoy)”. Nuestro cerebro tiene la capacidad de completar y complementar información de una manera asombrosa. Con pocos detalles, inmersos en el contexto, podemos llegar a conclusiones que suelen ser correctas.
Este proceso se da naturalmente al compartir conocimiento. Cada vez que compartimos información nuestros interlocutores “ponen de su cosecha”, es condición humana. Este aporte permite que el paquete de información se vaya modificando. Cuando se logra compartir conocimiento efectivamente, logramos mejorar la calidad del paquete de información, aportamos contexto, utilizamos elementos adicionales (como los registros escritos, en este caso el de mi cita en agenda por un lado y el de mi visita en la bitácora por otro) y logramos una transferencia de conocimiento efectiva.

Cuando salí por la puerta principal, el vigilante anotó mi hora de salida y me despidió con un “que tenga buen día, Srita. Cedano”, y volví a sonreír.