jueves, 27 de marzo de 2014

Entender mejor para vivir mejor

publicado el 27 de marzo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Cuando daba clases de matemáticas a los alumnos de primer semestre de licenciatura, la pregunta que más me hacían era: “¿para qué me van a servir las matemáticas?”. Considerando que la materia era Álgebra y la impartía a estudiantes de Administración y Ciencias de la Comunicación, habrá varios que compartan esta duda. La primera vez que me hicieron la pregunta yo tenía 22 años, estaba a meses de terminar mi maestría y era también mi primera vez frente a grupo. Pues a pesar de la novatada, la respuesta fue inmediata: “Lo importante de esta materia es que las va a ayudar a pensar mejor. Las habilidades que se requieren para esta clase los van a formar como mejores profesionistas, mejorará su capacidad de análisis, de reconocimiento de patrones y de abstracción”. Hasta la fecha, sigo convencida de que esa es la contribución de aprender matemáticas. Sin embargo, también reconozco que, en un remate un poco más práctico y convincente, siempre añadí “Además, estudiar álgebra es indispensable para pasar la materia, así que…”, y con una gran sonrisa, empezaba a garabatear en el pizarrón la primera lección del semestre.
El sábado pasado tuve el gusto de desayunar con un par de amigos investigadores. Aunque el tema que nos llevó a compartir el pan y la sal era de trabajo, iniciamos y terminamos la reunión con una buena dosis de charla informal. Para empezar, Agustín, sorprendido ante la torta de huevo con chorizo que me estaba desayunando, inició una discusión sobre los triglicéridos, el colesterol y mi salud. Los tres nos enfrascamos en la plática y concluimos que, aunque yo nunca he tenido problemas con mis niveles de colesterol; debo seguir vigilando el tema, pues “no es lo mismo los tres mosqueteros, que 20 años después”. Dedicamos 20 minutos al tema de trabajo que nos convocó y al final aterrizamos en una crítica a una campaña publicitaria en radio que habla de “disminuir 15 veces el riesgo de muerte en la cuna”. Alex, Agustín y yo coincidimos en que la información del spot no es suficiente para dimensionar el tema, no hay referencias concretas a estudios serios y, quien emite la campaña ni siquiera es una autoridad en el campo que aborda. Al terminar el desayuno, subí al coche con dos tareas personales: vigilar el tema del colesterol y revisar las publicaciones médicas serias sobre la muerte en la cuna, tanto en México como a nivel mundial.

Desde que colaboro con la comunidad académica en temas de comunicación pública de la ciencia, me he sumado a la convicción de que la importancia de la popularización de la ciencia y la tecnología reside, no en llenarnos de datos y detalles curiosos, sino de formar ciudadanos más críticos y mejor informados, que sepan consultar fuentes y expertos en los temas que les interesen. Gracias a la perspectiva que el pensamiento científico nos da, tenemos la posibilidad de analizar los hechos y las circunstancias para tener la capacidad de tomar mejores decisiones. Integrar el pensamiento científico a nuestra vida cotidiana es enriquecedor y nos permitirá conformar una sociedad más crítica y con capacidad para tomar mejores decisiones.

jueves, 20 de marzo de 2014

De maravilla

publicado el 20 de marzo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Creo que las palabras que más me entusiasman de un niño son: “¡mira, mira!”. Esa es la expresión más genuina de asombro ante alguna de las muchas maravillas que los niños se encuentran cotidianamente. La gran mayoría de ellos, cuando ven algo sorprendente, se emocionan, corren a compartirlo con alguien y, finalmente, empiezan el interrogatorio de los mil y un “¿por qué?. Esta secuencia de eventos es bellamente humana. Y aunque menos entusiasta que los infantes, todos somos susceptibles a ella. Desafortunadamente, el tiempo se encarga de disminuir la espontaneidad del “¡mira, mira!”; y el miedo a exhibirnos como ignorantes ante otros nos mata los “¿por qué?”.
Sin embargo, existe una subespecie que aún se da permiso para asombrarse ante lo sorprendente: un arcoíris, un pulpo, una luciérnaga, o un romanesco; y trasciende el compartir el asombro para averiguar más. Y entonces, algo extraordinario sucede: entender mejor esas maravillas, es motivo de mayor admiración. Entonces, aumenta la emoción, las ganas de compartir y con ellas, las ganas de saber más. Esta es la espiral creciente en la que viven los investigadores. De ese banquete racional se alimentan todos los días y curiosamente, al compartir el conocimiento de aquello que los asombró, se generan más preguntas, más asombro y consecuentemente más conocimiento. Felizmente, es el cuento de nunca acabar.
Dicen por ahí que Sócrates predicaba que la sabiduría empezaba con el asombro. Después de casi 15 años de conocer a brillantes científicos y tecnólogos morelenses, estoy convencida de ello. Todos los grandes académicos comparten una pasión extraordinaria por sus áreas de estudio, que no dejan de asombrarlos conforme más se adentran en ellas.

Hace casi cuatro años un grupo de jóvenes estudiantes, apasionados por el conocimiento, se organizaron formalmente. Conformaron “Más ciencia por México” (www.masciencia.org) y han encontrado maneras creativas de motivar a otros para contagiar su asombro, fomentar el entendimiento y construir una sociedad más crítica, pensante y participativa.  Aunque no soy tan joven como ellos, comparto esa convicción y me entusiasma ver todo lo que han logrado en tan poco tiempo. Para maravillas, ellos se pintan solos.

jueves, 13 de marzo de 2014

Causa común

publicado el 13 de marzo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Siempre me ha gustado leer. Desde que era muy pequeña, mi mamá me entretenía en el coche jugando “a leer letreros”. Así que yo pasaba trayectos enteros leyendo nombres de tiendas, de calles y hasta placas de los coches. En casa, leía todo lo que cayera en mis manos. Tuve la suerte de vivir en un hogar donde por todos lados había revistas a medio leer. Sala, comedor, cocina, baño, o jardín contenían pequeños tesoros de lectura. Recuerdo muy bien distintos tipos de revistas: las ilustradas como Duda; las llenas de texto como Selecciones; y las literarias como Nueva Dimensión (bella revista española de portadas color negro que sólo contenía cuentos y cuentos cortos de ciencia ficción). Duda tenía relatos de fantasía sobre extraterrestres, pirámides o poderes extrasensoriales, y fue la primera que abandoné. Nueva Dimensión sigue en mi memoria, al grado que recuerdo aún algunos de sus relatos: Voraz o Miss Universo. De Selecciones me encantaban las secciones: La Risa, remedio infalible; Citas Citables; Gajes del Oficio; los tests de vocabulario y los relatos de las partes del cuerpo de Juan (excelentes ensayos de divulgación de biología y fisiología humana).
Así que, desde niña, he leído una cantidad infame de citas; sin embargo, sólo tres han pasado la prueba del tiempo en mi memoria. Una que lleva años siendo la firma de mi correo personal es de Dan Dennett, tecnólogo norteamericano: “el secreto de la felicidad consiste en encontrar una causa superior a uno mismo y dedicar la vida a ella”. No recuerdo dónde la leí por primera vez (sé que no fue en Selecciones, pues dejé de leerlo en la secundaria), ni cuándo con exactitud (sé que fue este siglo, no más); pero sí recuerdo el cómo me sentía. Llevaba yo un par de años organizando actividades de divulgación científico-tecnológica (sin mucho éxito, debo confesar). Y a pesar de tener recintos medio vacíos o pocas lecturas, yo seguía feliz con mi trabajo. Reconozco que por un lado me divertía escuchando y leyendo a los científicos, pero mi entusiasmo y perseverancia radicaba en la convicción profunda de que mediante estas actividades es posible transformar comunidades. Entonces, cuando me topé con la frasecita, me enamoré de ella tanto por mi experiencia personal, como por distinguir en otros esa motivación continua. Entonces comprendí porque los miembros de la Academia de Ciencias de Morelos (www.acmor.org.mx), o la Academia de Ingeniería Coordinación Morelos (www.ai.org.mx), dedicaban tanto tiempo a promover la comunicación y educación científico-tecnológica. Con esta misma motivación hace más de 5 años se fundaron dos asociaciones más: la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos (www.acshem.org.mx) y la Asociación Morelense de Tecnólogos, Innovadores y Vinculadores (www.amotiv.org.mx). Estas cuatro instituciones de la sociedad civil organizada comparten causa común: “sólo mediante la incorporación de la ciencia, la tecnología y la innovación a nuestra vida cotidiana un mejor Morelos será posible.”

jueves, 6 de marzo de 2014

Vivir para aprender

publicado el 06 de marzo de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Una amiga entrañable de quien aprendí mucho, me contó hace tiempo que ella todas las noches, por consejo de su padre, dedicaba unos minutos a recordar y agradecer lo que había aprendido ese día. Me dejó boquiabierta y pensé, “aprendizaje diario, ¡órale!, ¿cómo le hará?”.  Recuerdo bien que durante los días que siguieron a nuestra conversación, hice el intento de recapitular lo aprendido y tuve muy poco éxito. Entonces, con esa curiosidad que no he perdido a pesar de los años, me atreví a retomar el tema e insistir en que me diera ejemplos de su aprendizaje cotidiano. Fue fabuloso. Me hizo darme cuenta que, efectivamente, con la convivencia vamos incrementando todos los días nuestra base de conocimientos.
Por ejemplo, hoy en la oficina, aprendí datos fascinantes sobre Costa Rica y su cultura sustentable, a propósito del viaje de uno de mis colaboradores; también, gracias a un comentario de un amigo en Facebook, visité un artículo científico sobre jitomates.  Y ahí no para la cosa, platiqué con otro colaborador sobre la diferencia de medicamentos similares y genéricos intercambiables.  
Nonaka, mi gurú en temas de generación de conocimiento e innovación, define al proceso de transformación de conocimiento, SECI, como el conjunto de procesos (Socialización, Externalización, Combinación e Internalización, de ahí las siglas) mediante el cual transformamos el conocimiento tácito y explícito para construir nuevo conocimiento. No basta con aprender cosas nuevas, o incrementar nuestras bases de conocimiento, es indispensable, para el avance de la ciencia, la tecnología y la innovación, integrar a nuestro actuar lo aprendido. A este proceso, Nonaka lo llama Internalización y, debo confesar, es mi proceso favorito. Al internalizar el conocimiento, lo hacemos nuestro, lo comprendemos, lo asimilamos y nos transformamos de “oyentes” a “actuantes”.
Gracias a la internalización del conocimiento del día de hoy, veré con más atención las aportaciones costarricenses en la industria agroalimentaria sustentable, procuraré consumir frescos los jitomates (sin refrigerarlos demasiado tiempo) y promoveré el uso de genéricos intercambiables.

Aunque muy probablemente todos, como mi amiga, tenemos la oportunidad de aprender algo diariamente, integrar el aprendizaje y aplicarlo en nuestro actuar es lo que nos convertirá en mejores personas, miembros de mejores comunidades.