sábado, 27 de diciembre de 2014

El eslabón más débil

publicado el 27 de Diciembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace 25 años me gradué como ingeniería en sistemas electrónicos. He podido ver tras bambalinas el desarrollo de la computación y los sistemas informáticos que hoy son parte de nuestras vidas. Y desde siempre, el tema de la seguridad de los datos ha sido la principal preocupación y ocupación de quienes diseñan e implementan sistemas. Si bien, los avances en protocolos seguros y codificación de los datos han sido espectaculares, el talón de Aquiles de todos los protocolos de seguridad siempre seremos nosotros, los usuarios tras la pantalla.
Algo que, en estos tiempos modernos, todos los días recibimos es al menos un mensaje de correo basura o spam. Estos mensajes de correo son siempre mensajes prácticamente idénticos que se envían a un gran conjunto de personas que no los han solicitado (razón por la que también se les conoce como “correo no solicitado”). Seguir los enlaces que tienen estos mensajes, puede llevarnos a sitios que infecten a nuestras computadoras con software “malo” o malware; o peor aún, a sitios que hacen phishing; es decir, que obtienen nuestros datos personales con fines fraudulentos. El ingenio detrás de estos correos está en engañarnos apelando a nuestra curiosidad, “mira mi foto”; a nuestra avaricia, “has ganado la lotería”; o a nuestro temor “desactivamos tu cuenta de banco”. Los peores son los que, una vez que se infiltran en la cuenta de alguno de nuestros contactos, toman sus datos y apelan a la confianza que tenemos en ellos para invadir nuestras bandejas con aparentes correos amistosos.
Los manejadores de correo privados (como los servidores corporativos donde las empresas hospedan sus cuentas) son las víctimas más sabrosas para estos delincuentes cibernéticos. Los manejadores de correo públicos, como los de Google, Outlook o Yahoo, tienen algoritmos que atrapan y sacan de nuestras bandejas de entrada a la mayoría. Aunque a veces alguno logra burlar los filtros y se presenta, aparentemente inofensivo, como un correo más. Sin embargo, con mayor o menor protección, quienes abrimos la puerta final y caemos en la trampa de estos criminales somos nosotros. No hay protocolo de seguridad que nos cuide de nosotros mismos. Pero para evitar caer en sus redes hay varias alternativas; una es usar un servidor público para manejar nuestros correos (hasta los corporativos, aunque en estos casos puede haber una cuota que pagar, la seguridad de nuestra información bien vale la pena esa pequeña inversión). Otra, la más importante, es ser más cuidadosos y un tanto desconfiados al abrir los mensajes que recibimos. Ningún desconocido nos va a enviar fotos sólo porque sí, o regalar herencias, fortunas donaciones; “No hay lunch gratis”, me decía mi profesor de circuitos (y exmarido) en clase y fuera de ella con toda la razón. Cuidemos nuestros números de cuenta y contraseñas, como cuidamos las llaves de nuestra casa. Si no andamos regalando copias de nuestras llaves a desconocidos, tampoco regalemos nuestra información confidencial. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Con tus palabras

publicado el 19 de Diciembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Las lecciones que más he sufrido en mi vida escolar son aquellas en las que me han pedido que me aprenda de memoria datos o peor aún párrafos enteros. A estas alturas del partido, reconozco que mi memoria es mucho mejor hoy que antes gracias a esos ejercicios de “recítelo sin falla”. Sin embargo, también es claro que esos ejercicios hicieron poco o nada en términos de construcción de conocimiento nuevo. Aprender poemas no me ayudó a escribirlos; sin embargo, las clases de literatura en que me pedían escribir un endecasílabo, o por lo menos una calaverita, me enseñaron reglas básicas para generar párrafos con entonación y rima.
Para construir nuevo conocimiento, necesitamos internalizar lo que conocemos, hacer nuestro lo que vemos, leemos o percibimos del exterior. En contraste con las clases-recital, donde la instrucción es reproducir el conocimiento sin cambio, tuve la fortuna de tener clases de comprensión. Clases donde me pedían una y otra vez que explicara “con mis palabras” las lecciones. Esto requería entre otras actividades: atender la lección en clase, tomar apuntes de lo más importante, releer la lección en el libro de texto o apuntes, aclarar dudas con maestro y compañeros, y en muchos casos, acercarme a enciclopedias, diccionarios u otros libros de consulta para realmente captar lo aprendido. Finalmente, expresarnos en nuestras palabras requiere conectar el conocimiento que hemos logrado relacionar, y expresar desde nuestras limitaciones personales eso que entendimos. Este último paso siempre es un reto, requiere seguridad en lo aprendido, confianza en el proceso con que adquirimos el conocimiento y una dosis de valentía para expresarnos.
Hoy puedo ver cómo esa sencilla instrucción, “cuenta con tus palabras”, implica todo el proceso que Nonaka ha detectado en su Teoría de generación de conocimiento organizacional. Hace un par de semanas, viví la gratísima experiencia de ver como mis colaboradores más cercanos podían explicar a un grupo lo que somos, lo que hacemos y por qué hacemos lo que hacemos en InnoBa. Con orgullo y admiración logré ver que los aprendices han superado a los maestros, y que al lograr expresar con sus palabras nuestra razón de ser corporativa, la han enriquecido, actualizado y felizmente, transformado.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Lo que ves es lo que obtienes

publicado el 11 de Diciembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

WYSIWYG (se pronuncia Guaisigüig). Todavía recuerdo como si fuera ayer, la palabra más atractiva que hasta entonces había visto... WYSIWYG, el acrónimo en inglés de Lo Que Ves Es Lo Que Obtienes, que en español sería LQVELQO (que no se ve nada mal, pero es francamente impronunciable). WYSIWYG aludía a un tipo de programas de cómputo que te permitía ver en la pantalla, en tiempo real, algo muy parecido al documento que obtendrías en la impresora.  Corría el año 1985 y la idea de tener acceso a un programa de cómputo que te permitiera esto era innovador para todos.  Al fin, podría el usuario no especializado escribir un documento sin necesidad de utilizar una serie de comandos que le darían forma  en la impresora y para saber cómo se vería impreso.  Apple fue, con el lanzamiento de su Apple Lisa (precursora de la Macintosh), quien con LisaWrite inició esta gran idea, allá por 1984.  Aunque no fue sino hasta un año después, con la aparición de la Apple Macintosh y su serie de programas: MacWrite, MacPaint y MacDraw, que el concepto de “ver lo que obtienes” perteneció al dominio público.
Hace tiempo, en un ciclo de conferencias sobre Transparencia, mientras escuchaba al Consejero Presidente del Instituto Morelense de Información Pública y Estadística dar ejemplos sobre lo que las iniciativas pro-Transparencia habían aportado al gran público y por tanto a la democracia, recordé mi palabrita, WYSIWYG.  A primera vista, el concepto de Transparencia, de mostrar lo que hay, parece ser un quitar maquillajes, desechar máscaras y mostrar el rostro de las instituciones.  Sin embargo, es mucho más que eso.  La fortaleza de la transparencia radica no sólo en mostrar sueldos, salarios, agendas o presupuestos; sino en lograr un objetivo aún más importante: dar acceso democrático a la información de las instituciones públicas, y con ello, contribuir a una verdadera rendición de cuentas.
Cuando miro las campañas de transparencia, que premian la exhibición de sueldos y presupuestos, veo en algunos casos una inversión considerable dentro de las instituciones públicas en maquillaje, en mostrar para cumplir sin un interés en informar. Quitarse el maquillaje y dejarse ver en público cuesta, y cuesta mucho. A ratos se me antoja un poco más de paciencia y mucho más de inteligencia al momento de analizar lo que las iniciativas de transparencia nos ponen sobre la mesa.  Pidamos ver más y conocer mejor, pero también tomémonos el tiempo para construir conocimiento a partir de esos datos y cifras. Ahondemos en lo que realmente se hace con el erario público, caso por caso, peso por peso, casilla por casilla, y ¿por qué no?, voto por voto, pero de manera conectada, integral, causal y concordante. El argumento de lo caro que puede ser conocer esos datos, cuando la tecnología de la información ha evolucionado al grado de hacer posible que nos contectemos en fracciones de segundo con el resto del mundo y que manipulemos grandes cantidades de información de fuentes diversas en la Internet, se cae no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino en términos de costo-beneficio.  El valor de mantener informada a la población, de fomentar la participación social en todos los órdenes y niveles de gobierno es muy superior al costo de desmaquillar rostros, transparentar procesos y hacer responsables a los administradores públicos de las decisiones que toman día con día.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Sensatez o sentimientos

publicado el 04 de Diciembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Un signo inequívoco del paso de los años es como he ido viendo la época navideña. Aunque aún disfruto mucho preparar la cena familiar, buscar el regalo perfecto y la sorpresa entre quienes damos y recibimos; cada vez me importa más el desastre del día después. A los niños, el gozo de recibir y jugar con los regalos navideños opaca cualquier otra actividad en la casa. No notamos, en la infancia, las horas que pasan nuestros padres levantando tiraderos, lavando trastes, guardando comida para el recalentado y tirando envolturas, cajas, listones y tarjetas. Conforme crecemos, al ir siendo parte del “ejército de limpieza” en casa, vamos resintiendo un poco estas actividades, incluyendo el desarmado de las decoraciones navideñas: árbol, luces, esferas, escarcha, etc. Y para acabarla de complicar, desde hace algunos años, a la preocupación inmediata de contender con el desorden post-celebración, se ha añadido una preocupación ambiental.
La cantidad de desperdicio que generamos todos en esta época es escandalosa. Según la Universidad de Stanford (bgm.stanford.edu/pssi_faq_holiday_waste) en la época que va de Día de Gracias hasta Año Nuevo (5 semanas aproximadamente) los estadounidenses aumentan su generación de desperdicios en un 25%. Esto equivale a un millón de toneladas adicionales por semana. Desafortunadamente, no hay estadísticas serias sobre los desperdicios navideños en México, pero estoy segura que todos recordamos con dolor ambiental los días después de las posadas y reuniones navideñas y de fin de año. No sólo gastamos un dineral en envolturas, comida y adornos; paradójicamente gran parte de este gasto va a la basura en cuestión de horas o días cuando mucho.
Afortunadamente, además de sencillo es muy bueno para el bolsillo tomar medidas que reduzcan la cantidad de desechos en estas épocas. Seamos parte de una economía circular, donde buscamos invertir en alternativas que no se degradan rápidamente hacia basura. Es decir, necesitamos aplicar un criterio de duración y re-uso al momento de seleccionar los obsequios que hacemos. ¿Cuánto durará lo que compramos? ¿Qué uso secundario le podemos dar cuando pase el tiempo y se desgaste? ¿Qué tan fácil de reparar o mantener es lo que elegimos? ¿Su consumo energético es mínimo? Y adicionalmente prestemos atención a lo sustentable de los empaques en que vienen, y seleccionemos los más amigables al ambiente, esta es una excelente forma de ejercer presión como consumidores sobre los fabricantes.
Además, reusar bolsas, revistas y periódico para envolver regalos es una medida inmediata; recuperar los adornos de otros años y utilizarlos de maneras creativas para decorar regalos puede sustituir listones y tarjetas. Disminuir el uso de desechables en los festejos, o por lo menos, usar desechables amigables al ambiente y vetar al unicel, es una medida necesaria no sólo en esta época sino en general. Podemos expresar el gozo de estas épocas y dar rienda suelta a nuestros sentimientos al mismo tiempo que le regalamos a la comunidad, a nosotros y al futuro un entorno más sustentable.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Decisiones grupales

publicado el 27 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Una de las prácticas que más trabajo me costaron como estudiante fue aprender a trabajar en equipo. Por un lado, mi timidez eterna me impedía disfrutar de una reunión relajada con mis compañeros. Así que en lugar de anticipar las reuniones de equipo como pretexto para ir casa de mis cuates a pachanguear, las sufría. Por otro lado, tener que someter todas las decisiones sobre el trabajo a la opinión de los demás, cuando yo era la menos popular, me caía gordísimo. Ser tímida y poco popular me aseguraba perder las votaciones en todo: tema del trabajo, asignaciones de tareas, casa de reunión y hasta la comida que disfrutaríamos en los descansos. Total, yo cada vez que los maestros nos salían con “este trabajo es en equipo”, sentía unas ganas de llorar espantosas, segura de que pasaría un calvario haciendo lo que otros quisieran y pasando vergüenzas ajenas-propias con nuestros resultados.
Curiosamente, conforme pasó el tiempo, aunque siguió mi aversión a trabajar en equipo, fui aprendiendo a hacerlo mejor. Aprendí, junto con mis compañeros, que debíamos vencer la timidez para tratar de exponer nuestros puntos de vista, sustentarlos y defenderlos. En consecuencia, el comportamiento grupal fue cambiando, de votaciones unánimes motivadas por la popularidad o la autoridad de quien proponía los temas a decidir, fuimos avanzando a consensos, donde se tomaban decisiones de acuerdo a quienes expusieran los mejores argumentos y tuvieran la capacidad de convencer a más personas. Esto nos enseñó a todos a disfrutar y padecer las decisiones grupales, a abrirnos a la opinión de otros y a negociar. Nos costó más aprender otra cosa, la corresponsabilidad sobre los resultados. Una buena calificación era más fácil de compartir, ahí nos felicitábamos todos y a veces hasta dábamos crédito adicional a quienes habían propuesto tal o cual idea. Sin embargo, un mal resultado no es tan fácil compartirlo. La primera reacción suele ser voltear y buscar culpables, ¿quiénes propusieron tal barrabasada? Y ahí es donde la mayor lección se aprende. También somos corresponsables de las malas decisiones, y por eso, es necesario contar con información de calidad, escuchar con atención y apertura las alternativas presentadas, ser críticos también con nuestros puntos de vista, confrontar nuestras certezas y así, elegir responsablemente como miembros de un equipo, lo mejor para el grupo.
Este lunes tuve la oportunidad de compartir un par de horas con un grupo de universitarios, participativos, responsables e interesados en mejorar su entorno. Escuchar su respeto por los cuerpos colegiados, por los procesos de decisión grupal y su claridad sobre la importancia de sus decisiones individuales para mejorar su comunidad fue una gratísima forma de iniciar la semana.
Trabajar en equipo es necesario y tener la madurez para hacerlo responsablemente es garantía de que juntos podemos construir el México que queremos. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

La importancia de llamarse Maestro

publicado el 20 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Este fin de semana asistí a una reunión de exalumnos de la prepa. Aprovechamos la ocasión, además de para ponernos al día, para empezar la organización de la reunión de nuestros 30 años, que será el verano próximo. Además de volver a ver al grupo con que compartí dos años de mi vida, es muy interesante conocer lo que cada uno decidimos sobre nuestras elecciones vocacionales y posteriormente profesionales. Y, más ilustrador aún, es escuchar las razones que motivaron esas elecciones, con la distancia de los años y la franqueza que da el habernos conocido en esos años formativos.
Prácticamente todos coincidimos en que nos hizo falta más orientación vocacional. Más de la mitad confesamos haber elegido carrera por motivos circunstanciales. Desde, “mis papás no me dejaban salir a otro estado, así que estudié lo menos terrible”, hasta “en la prepa me gustaban las matemáticas, así que me seguí con Ingeniería”. La mayoría nos dedicamos hoy día a actividades profesionales que nos gustan, aunque no coinciden del todo con aquello para lo que estudiamos “de niños”. El factor común que todos compartimos es el haber orientado decisiones vocacionales o profesionales gracias a nuestros profesores. Sin duda, la actividad que más disfrutamos durante la reunión fue el relato de las anécdotas donde tal o cual profesor nos inspiró, nos educó, nos formó, o incluso, hasta nos castigó.
El proceso formativo es una experiencia de vida, no basta concebirlo únicamente en términos de competencias laborales. La transferencia de conocimiento entre educador y educando abarca tanto el conocimiento explícito que vemos en el pizarrón, los libros, o nuestros apuntes; como el conocimiento tácito, que es el que percibimos durante las clases. El entusiasmo, la seguridad, la pasión por un tema o una lección, se contagian y provocan una retroalimentación positiva en el ambiente educativo. Esto es, maestros excelentes, forma estudiantes comprometidos y ellos a su vez, entusiasman a esos maestros y los impulsan en la búsqueda de mejores experiencias de aprendizaje. Estudiantes exitosos, comprometidos y con visión de futuro transforman sociedades; impulsan grandes cambios y colaboran activamente en la difusión del conocimiento. Compartir conocimiento nos enriquece, nos alimenta y fortalece nuestros vínculos con el entorno.

He tenido la fortuna de dar clase y tengo anécdotas extraordinarias de alumnos igualmente extraordinarios, mi hija entre ellos. Pude compartir con propios y extraños mi pasión por la lógica y las matemáticas. Tal vez no inspiré a ningún estudiante; pero todos me inspiraron e inspiran a mí. En ese sentido, tienen un lugar junto con mis profesores y formadores de vida. Todos ellos han sido Maestros que me muestran el camino en los tiempos confusos.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Morelos de Petri

publicado el 13 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace casi 12 años durante una Semana Nacional de Ciencia y Tecnología, vi en una de las exhibiciones un despliegue de cajas de Petri que mostraba a los pequeños distintos cultivos “caseros”. Esto es, los investigadores habían tomado muestra de ambientes diversos en sus casas: el baño, la cocina, y habían impregnado cajas de Petri con esas muestras. Esto les permitió al cabo de unos días mostrar colonias de bacterias distintas, tanto en forma y color como en cantidad. La muestra me gustó tanto, que estuve persiguiendo a Irma Vichido, el enlace con la comunidad académica del Instituto de Biotecnología, para que me consiguiera unas cajitas de Petri preparadas para cultivos de bacterias y hongos. A los pocos días estuvieron listas y corrí a recogerlas, moríamos de ganas en la oficina por jugar con ellas. Así, un grupo de serios profesionistas, equipados con hisopos, cajas de Petri y masking tape (para etiquetar las cajas), nos dimos a la tarea de tomar muestras de lo que se nos ocurriera. Uno de nosotros tenía tos y le pedimos que tosiera sobre una caja, y adicionalmente, un colega sano hizo lo mismo; en el baño, tomamos muestras del lavabo, el excusado, y el tapete de la entrada. También tomamos muestras de la palma de nuestras manos, antes y después de lavarlas.
Los resultados fueron divertidos y fascinantes. Corroboramos la importancia de lavarnos las manos; de asear adecuadamente los baños, pasando de zonas grises (lavabos y regaderas) a zonas negras (excusados) y no al revés; y fuimos conscientes mucho antes de la crisis de influenza en México, de la importancia de cubrir nuestra boca al toser o estornudar. Las cajas de Petri, al contener material que fomenta el crecimiento acelerado de microorganismos, son un ambiente demostrativo ideal. Hay condiciones ideales para visualización (son transparentes), aislamiento (están bien cerradas para evitar que entre algo más que lo depositado a propósito), y crecimiento (se preparan con “alimento” idóneo para lo que esperamos cultivar).

De manera similar a lo que sucede en una caja de Petri, en Morelos se está dando un fenómeno social muy interesante, desde el punto de vista de los ecosistemas de innovación. Aquí, contamos por un lado con el mayor número de investigadores per cápita, y en los últimos años se han ido provocando condiciones que fomentan la vinculación de esta maravillosa comunidad académica con el resto de la sociedad. Hoy Morelos ya es ejemplo nacional en temas de comunicación pública de la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) y en productividad e impacto científico. Desde el 2000 se ha ido madurando la gestión de la  CTI y recientemente, hemos podido atestiguar el surgimiento de exitosas Oficinas de Transferencia de Conocimiento que tienden puentes efectivos entre sector industrial y académico. Nuestro estado tiene condiciones ideales para la generación de innovación basada en ciencia y estamos viendo, día con día, como estas condiciones multiplican el impacto de lo que el sector generador de conocimiento (centros de investigación y universidades) tiene. Aún falta mucho por hacer, pero visualizar lo que está sucediendo en Morelos como un ecosistema de innovación es esperanzador, fascinante y sí, nos permite pensar en que otro mundo es posible.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Fortaleciendo el puente

publicado el 07 de Noviembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Soy de las que prefiere ver las películas o series en su idioma original, especialmente cuando este es inglés, y subtituladas. Por un lado son un excelente pretexto para practicar aquellas clases de inglés que tomamos en la primaria o secundaria y además, es muy divertido ver las discrepancias entre lo dicho originalmente y lo traducido.
Cuando pienso en errores de traducción recuerdo el caso de una de mis maestras de inglés en la secundaria, Elisa. Ella había vivido desde su nacimiento en Portland y uno de sus abuelos era mexicano, pero nadie en su casa hablaba español. Por esa razón, ella decidió estudiarlo durante la carrera. Unos años después se hizo novia de un mexicano y nos contaba que, cuando fue a conocer a sus suegros, que sólo hablaban español, se sentía muy insegura al hablar. Tanto, que su cuñada le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Te sientes incómoda?” Y ella, con un perfecto acento latino contestó sonrojada, “es que me siento embarazada.” Toda la familia política entró en shock y cuchicheaban entre sí, escandalizados por el embarazo recién descubierto. Cuando el novio sorprendido le preguntó: “Are you pregnant?” (“¿Estás embarazada?” en inglés). Ella se sonrojó aún más y gritó, “no, no, I’m embarrassed!” (“no, no, ¡estoy apenada!).

En la labor que hacemos como puentes entre empresarios y académicos, estos errores de traducción son el pan nuestro de cada día. Y si a esto añadimos que entre los líderes académicos y los tomadores de decisiones empresariales suele haber una cadena de personas que reciben y emiten mensajes entre un extremo y otro, la cosa se complica (quién no ha jugado “teléfono descompuesto”). Por esta razón necesitamos estar conscientes de la importancia de, no sólo tender puentes entre Empresa y Academia, sino más importante aún de fortalecerlos y dotarlos de las herramientas necesarias para, con perseverancia y paciencia, lograr que los trayectos entre la generación y aplicación del conocimiento se concreten exitosamente de ida y vuelta. 

jueves, 30 de octubre de 2014

1, 2, 2 y medio…

publicado el 23 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

A mí y a mi hermano Carlos, nos educaron bajo el régimen de “ahorita es ahorita”, para indicar, más allá de toda duda los vencimientos o deadlines. Tan claro nos quedó el mensaje, que aún hoy, basta con que mi madre voltee a ver los platos sucios sobre la mesa al terminar de comer para que, en ese instante, empecemos a apilar los trates sucios, nos paremos y los llevemos a la cocina. Llegar a ese nivel de cumplimiento de un deadline (en este ejemplo: al terminar de comer, la mesa debe quedar limpia), fue un proceso de entrenamiento de dos pasos. Previo a adivinar la mirada o responder al estímulo de una mesa post-comida, pasamos por la petición explícita de mi madre: “Karlita, levanta la mesa”, a lo que seguía un fastidiado “ahorita, ma”, de mi parte; respondido por un enérgico “ahorita es ¡ahorita!” de mi mamá, y como resorte, Karlita levantaba la mesa. Y muchos años antes que eso nos aplicaban el muy conocido, “te doy tres para que hagas tal cosa… 1, 2, ¡3!”.
Debo reconocer que, si algo siempre cumplieron mis padres fueron esos deadlines. El castigo por no obedecer a la cuenta de tres, nunca se dejó esperar. Esto, sin embargo, no sucedía en las casas de mis primos o de mis amigos. Siempre me sorprendió (y me parecía una más de las injusticias de la vida) que mis tíos en circunstancias similares, tuvieran una versión alterna: “Te doy tres para que hagas tal cosa... 1, 2, 2 y medio, 2 tres cuartos,… ” y esa cuenta de fracciones no terminaba jamás. No por la habilidad para fraccionar al infinito una unidad, sino porque ante el cansancio, mis tíos terminaban haciendo la “tal cosa”.

Hoy, uno de los grandes retos del trabajo colaborativo, inherente a los procesos de innovación, es el cumplimiento de los plazos. La formalidad con que cada persona en una red cumple con sus objetivos en el momento preciso, es proporcional al éxito del equipo. La planeación de proyectos grandes, pasa por la planeación de pequeños procesos y ésta, por la planeación personal. Si un plazo (deadline) no se cumple, su impacto en los calendarios del resto de la red tiene costos altos, tanto económicos como de confianza. Y entre más diverso es el equipo, aún más importante es este cumplimiento, pues cada aportación es única, indispensable e insustituible. Como una orquesta de primer nivel, cada instrumento debe ejecutarse en momento preciso. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Cuestión de costumbre

publicado el 23 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

El viernes pasado moderé una reunión entre un investigador y un ingeniero. La sesión la organizamos para que el investigador evaluará la pertinencia de dar una asesoría experta al proyecto que este ingeniero en particular ha liderado desde hace dos años. Ser parte de esa charla fue fascinante.  Pude escuchar a un experto técnico exponer su proyecto, comentar sus fallas y fortalezas y a un académico de talla internacional preguntar detalles del diseño e implementación del prototipo bajo estudio. La charla fue telefónica y varios colegas en la oficina presenciamos una sesión tipo “Dr. House” entre Investigador e Ingeniero. Después de 15 minutos de preguntas y respuestas, nos despedimos del ingeniero y tuvimos una sesión de trabajo con el investigador. Gratamente, Oscar, el experto científico que hizo las veces de “diagnosticador”, fue muy generoso y abierto a la posibilidad de interactuar efectivamente con el equipo de ingenieros que están desarrollando el prototipo. Al despedirnos de él, todos en la oficina estábamos felices.
Minutos más tarde, la coordinadora de proyectos de la empresa que nos contrata, nos llamó. Yo estaba lista para recibir felicitaciones de su parte por haberle encontrado al experto académico que tanta falta les hacía. ¡Cuál sería nuestra sorpresa cuando, en lugar de escuchar alivio de parte de ellos, recibimos una actitud defensiva y paranoica! Resulta que las preguntas certeras y precisas del investigador, que todos nosotros escuchamos como una entrevista de diagnóstico de primer nivel, el ingeniero las interpretó como una amarga crítica a su trabajo, a su coordinación, a su desempeño y peor aún, a su persona. Después de escuchar la breve queja de nuestra buena amiga, le pude explicar que su percepción no era correcta. Esos 15 minutos de diálogo entre investigador e ingeniero aportaron la información exacta y suficiente para que podamos, como equipo consultor, proporcionarles la mejor alternativa de solución. Justo como sucede en la serie de TV “Dr. House”, para llegar al fondo de la enfermedad, es necesario conocer detalles sin adornos ni miramientos. Y cuando el tiempo es poco, es importante invertirlo en transmitir información de calidad en las comunicaciones. Nos costó un poco de trabajo lograr explicar que, lo que para el ingeniero fue una “arrastriza”, para nosotros fue un diagnóstico fabuloso, que nos ponía en una situación inmejorable para iniciar un proceso de optimización de su prototipo.
Al colgar el teléfono en esa segunda llamada, nos dimos cuenta de la importancia que tiene una cultura académica y una actitud científica cuando abordamos problemas. Estas nos permiten atacar los problemas de raíz, centrándonos en los síntomas y llegando al origen de las enfermedades. Muy al estilo del célebre “Dr. House”.

jueves, 16 de octubre de 2014

Pasos para correr

publicado el 17 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Aunque pueda parecer contradictorio, soy tan melindrosa como comelona. Aunque he ido diversificando mis gustos gastronómicos, sigo teniendo manías en prácticamente todos los grupos alimenticios. Sin embargo, soy de buen diente. De aquellas cosas que me gustan, puedo sentarme a comerlas con singular alegría hasta el hartazgo. Para mala fortuna de mi índice de masa corporal, la lista de mis alimentos favoritos está dominada por los carbohidratos y le siguen muy de cerca las grasas. Un bolillo con aguacate, un bísquet con mantequilla, una quesadilla de papa o una pasta con mucho queso, son buena muestra de mis placeres culinarios y al mismo tiempo, los peores ejemplos para una alimentación sana.
Por esta adicción a los carbohidratos y las grasas, he sufrido batallas campales contra la báscula durante toda mi vida. Y me he enfrascado en dietas de todo tipo desde la primaria, cuando esperaba verme alta y espigada como Cristina en el vestido de graduación. Si algo he aprendido en más de treinta años de pleito contra los kilos es que no hay remedios milagrosos, todos requieren paciencia, disciplina y una convicción de que en el mediano y largo plazo es cuando se verán los resultados. La promesa de una vida más sana mediante una alimentación balanceada y una dosis de ejercicio, sólo se cumple después de meses de constancia.
Algo similar ocurre con la vinculación entre Academia y Empresa.  No podemos esperar que a las primeras de cambio sucedan grandes transformaciones en una relación de colaboración entre investigadores y empresarios. El proceso toma su tiempo. Va desde la formación de nuevos hábitos de comunicación en ambas partes, que incluye la generación de un vocabulario común; hasta el establecimiento de la confianza que da el intercambio efectivo entre ambas partes. Estas colaboraciones requieren paciencia, disciplina y una convicción de que la promesa de una vida más productiva se cumplirá en el mediano y largo plazos. Sin embargo, para esto necesitamos acciones concretas en el día a día.
Estamos acostumbrados a esperar un respuesta inmediata a lo que hacemos. Invertir en lo cotidiano sin ver resultados inmediatos no es fácil. Afortunadamente, para quienes logran fijar la mirada en el futuro, y avanzan día con día cumpliendo pequeñas metas concretas, el ingreso al mundo competitivo está asegurado.

jueves, 9 de octubre de 2014

Todo tiempo pasado fue…

publicado el 09 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Hace unos días leí un tuit de @RodrigoAedo, que dice “Antes de que inventaran las computadoras, ¿qué hacían los oficinistas en su escritorio todo el día?”. Además de reírme por la crítica implícita a esta nueva cultura de pasar el día pegados al facebook, twitter o youtube; me reí con más ganas porque yo sí sé que hacían todo el día quienes trabajaban frente a una máquina de escribir. Cualquiera que haya tenido en casa o en su oficina uno de estos artefactos recordará que pasábamos más tiempo tratando de borrar los errores que cometíamos que escribiendo. Recuerdo como sufría cada vez que un maestro en la secundaria o la prepa me pedía un informe a máquina. Al menos para mí, era imposible generar una línea sin errores en mi máquina manual. Eso implicaba que, cada vez que detectaba una falta debía: sacar la hoja; borrar con una goma lo mal escrito (y NUNCA se lograba al 100%); volver a colocar la hoja en la máquina, tratando de hacer coincidir el nivel anterior al actual, para reescribir correctamente, y rezar esperando no cometer otro error en la misma área del papel. Esto último porque el papel podía aguantar un borroneo, pero dos seguidos… eran rotura de papel asegurada y por tanto, había que reescribir toda la hoja desde el principio, Había máquinas de escribir eléctricas que permitían corregir errores inmediatos con más facilidad, esto es, si pescabas tu falla al momento, había una tecla, idéntica al delete de hoy día, que borraba la letra o letras inmediatas anteriores. Sin embargo, la magia se acababa si detectabas el error una línea o más adelante, en este caso había que sacar la hoja y hacer el circo, maroma y teatro como el que describí para las máquina manuales.
El desarrollo tecnológico ha logrado en muy pocos años, avances en la forma de hacer las cosas impresionantes. La productividad de la labor de redacción es muy superior a la de hace 20 ó 30 años. Incluso, vivimos en una época en que nos cuesta más trabajo escribir a mano, que aventarnos a teclear páginas y páginas (aunque sea “a dedito”). Y esto nos ha permitido ingresar al mundo de la comunicación pública con una contundencia monumental y espeluznante. Espeluznante porque, desafortunadamente, no sabemos escribir. La mayoría de profesionistas, posgraduados y técnicos que he tenido la oportunidad de entrevistar, son incapaces de generar una página que exprese con claridad una idea. Y ni hablar de la ortografía o la gramática, eso se lo dejan al corrector de la computadora que, como sabemos, aún no piensa por nosotros y por lo tanto, nos deja escribir barbaridad y media sin problema.

La tecnología nos habilita para multiplicar lo que hacemos. Escribimos más rápido, pero no mejor. De hecho, esta posibilidad magnificadora que la tecnología nos ofrece, debemos aprovecharla para potenciar nuestros talentos y debemos cuidarla para que no evidencie “a la n” nuestros errores.

jueves, 2 de octubre de 2014

Glorietas lógicas

publicado el 02 de octubre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde siempre, Cuernavaca se ha distinguido por sus glorietas. Son referencia obligada para quien llega a la ciudad “si entras por la glorieta de la Paz…”, o motivo de nostalgia para quienes aún nos corregimos cuando damos referencias en un “si entras por la libre, toma la glorieta… perdón, el distribuidor de Zapata y…”. Curiosamente, también son motivo de enojo cotidiano y hasta de accidentes ocasionales.
Cuando uno toma clases de manejo formales, entre las lecciones que aprendemos (yo hice el curso dos veces seguidas cuando tenía 14 años), una de las más claras es que la preferencia en las glorietas la tienen quienes están dentro y quieren salir. Esto es, los que queremos entrar a la glorieta debemos esperar. En mi ruta cotidiana de casa al trabajo y viceversa tengo un pase de glorieta asegurado. Y por lo menos cuatro veces a la semana, me avientan el coche los que entran a la glorieta, tratando de entrar antes de que yo salga. Y eso no es lo peor, me tocan el claxon otras 3 veces a la semana cuando yo, siguiendo la regla, asumo preferencia para salir y no me detengo en la glorieta para dejarlos entrar. Que me avienten el coche a lo cafre, podríamos pensar que es un acto de patanez vial; pero el claxon que pretende corregir a quienes seguimos la regla de tránsito me dice que hay una genuina creencia de que los entrantes tienen toda la preferencia y por eso nos educan a claxonazos.
Cuando mi hija aprendía a manejar, ella fue la única entre sus amigos que tomó clases formales de manejo con instructor, auto de doble control y demás; igualito que su madre. Así que comentar las reglas de tránsito con todos sus cuates era su gracia. Recuerdo bien que, cuando salió el tema de las glorietas, a todos les pareció una lección innecesaria. Me explicaban “pues es como en los elevadores, o en los vagones del metro, primero debe salir la gente que está dentro y después entramos los que estamos fuera, si no, gran caos que tendríamos, ¿no?”
La lógica de un grupo de adolescentes claramente dictaba qué hacer en una situación de tránsito. Llevado el ejemplo el extremo, si en un tráfico de hora pico, todos insistimos en entrar a las glorietas e impedimos la salida de los demás, tendríamos embotellamientos épicos. Quienes lleven lo que va del siglo en Cuernavaca, tal vez recuerden lo que sucedía en la extinta glorieta de Zapata. Las reglas de urbanidad suelen tener una base lógica detrás, no es necesario que todos nos aprendamos el reglamento de tránsito de memoria, o que tomemos dos o tres cursos de manejo, Lo que necesitamos es aplicar los principios lógicos basados en el respeto por los demás y de bien comunitario. Esta maravillosa inteligencia que hemos desarrollado gracias a la selección natural es nuestro mayor activo; hasta en las decisiones triviales del día a día, el razonamiento lógico es nuestra mejor herramienta.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Secretos y protección

publicado el 25 de septiembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Desde niños, todos conocemos la importancia de proteger información. Tengo muy presentes los regaños de mi madre por secretearme con mis primas, recordándome que eso era “de mala educación”. Entonces aprendí que, si había información que quisiera compartir selectivamente, había formas. Esto es, no debía públicamente susurrar al oído de las personas, debía encontrar el lugar apropiado para difundir la información. No era de mala educación tener secretos, era de mala educación evidenciar mi falta de confianza con el resto de la gente a la que no le “secreteaba”.
Mis años en la primaria y secundaria me enseñaron aún más sobre la cultura del secreto. Si le iba a confiar a una amiga que niño me gustaba, tenía que decirle “no le vayas a decir”, para asegurar mi confidencia. Días después aprendí que debía ser más específica con mi clausula de secrecía, con un “no le digas a nadie que…”. Sin embargo, todos hemos aprendido que incluir una nota de confidencialidad a la información, no necesariamente la protege; pero sí nos da elementos para actuar en consecuencia. En la infancia un “córtalas, córtalas, ya no soy tu amiga” era la consecuencia obligada de una fuga de información, o un periodo de “ley del hielo” si la información era menos valiosa.
En el mundo corporativo, la cultura de la protección de información sigue básicamente esas mismas reglas. Hay que definir claramente que información queremos proteger y qué mecanismo de protección queremos usar. Así, podemos definir información pública o abierta, que es la que tenemos disponible sin restricción, como la que encontramos en las páginas web de las empresas, o en artículos científicos o de divulgación. También podemos clasificar información para que sólo un grupo restringido de personas puedan conocerla, como los secretos industriales. Finalmente, hay un conjunto de conocimiento que nos importa proteger para que nuestros productos innovadores sean reconocidos como nuestros y, aunque los conozcan o los imiten, la ventaja comercial y legal sea de quienes los desarrollamos. Este último conjunto es el que las patentes se encargar de proteger, pero para protegerlo hay que explicitarlo sin lugar a dudas y compartirlo en las bases de datos de patentes.

Definir qué proteger y cómo, depende de para qué queremos proteger. Una vez que tenemos clara la razón de la protección hay una gran cantidad de apoyos para lograr implementar estrategias al respecto. Para muestra, un botón: este miércoles 1º de octubre a las 16:00 horas, el Dr. Antonio del Río dará una charla sobre “El ABC de las patentes” en la UPEMor. El Dr. del Río escribió un libro sobre el tema, protegido ante INDAUTOR, “El Arte de Patentar” donde además hay una guía para quienes quieren escribir patentes.  Entender qué protege una patente, su aportación al conocimiento, sus ventajas comerciales y su papel ante la vulnerabilidad de una invención, son algunos de los temas que se compartirán en esta charla. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Filosofía cotidiana

publicado el 18 de septiembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Este sábado Alejandra, una buena amiga, me contó que se iría de viaje en Octubre al Caribe mexicano invitada por su hijo Roberto. Betito, como le decimos de cariño, es un muy brillante y joven Contador Público que ha ido ascendiendo en un importante corporativo mexicano. Me dio mucho gusto la noticia pues Ale ha tenido pocas oportunidades de viajar en los últimos años y el orgullo de saber que hijo la invita es un doble regalo para ella. Desafortunadamente, conforme más escuchaba sobre el viaje, menos gusto me iba dando. Resulta que Roberto no sólo invita a su mamá, también invita a un par de tíos, a su novia y a su futura suegra. Cuando Ale vio mi cara de asombro ante tal comitiva, me explicó que “los proveedores lo quieren mucho, están muy agradecidos con él y le han regalado 6 boletos de avión y una estancia VTP durante una semana para todos en unas villitas muy monas”.
Mi cariño por la familia de Alejandra me obligó a tocar un tema delicado pero importante, la existencia de los códigos de ética y conducta de negocios. Sentí que era importante expresarle a mi amiga de tantos años lo importante que era que esta muestra de agradecimiento de parte de los proveedores de la compañía en que trabaja Roberto, fuera de conocimiento de la empresa. Por supuesto, Alejandra se molestó mucho conmigo, pensando que estaba yo calificando de corrupto a su Betito, y ya empezábamos toda una disertación sobre las obligaciones de Roberto y de la empresa, cuando recordé que la Filosofía ya ha elaborado sobre el tema. Entonces, gracias a mi BlackBerry, logré explicarme mejor.  Busqué en google el nombre de compañía, y las palabras “código de ética” y en segundos apareció el documento completo del “Código de Ética y Conducta de Negocios de XXXXX”. Le mostré el documento y leímos juntas la importancia de no recibir regalos superiores a una cantidad determinada.  El principio práctico detrás de estas reglas es que ningún regalo o favor se acepte si compromete o aparentemente obliga a quien lo recibe. Es comprensible que un joven empleado no vea compromiso detrás de un viaje para 6 personas todo pagado a las bellas playas mexicanas; sin embargo, es posible que se preste a malas interpretaciones de parte del corporativo. Mi abuelita decía “no hagas cosas buenas que parezcan malas”,  y bajo ese principio el consejo de Ale a Roberto fue contactar al Comité de Ética para preguntar sobre el obsequio.
Espero no haber arruinado las vacaciones de mis amigos; sin embargo sé que cuidar los principios éticos de la empresa asegurará la ascendente carrera de Betito. ¿Qué sería de nosotros sin la sabia asesoría de la Filosofía? 



jueves, 11 de septiembre de 2014

Pertinencia vehicular

publicado el 11 de septiembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Esta semana entré al estacionamiento de una plaza comercial detrás de una camioneta inmensa. A pesar de que la entrada al estacionamiento estaba de mi lado, la camioneta que iba en sentido opuesto, entró primero. Supongo que esto sucedió pues tengo la costumbre de disminuir la velocidad en los topes para evitar golpes en el “piso” de mi auto. Para la camioneta que venía en el carril contrario, los topes no son un problema, la altura y la suspensión que trae un vehículo así, les permite atravesar campo traviesa y terracería, un topecito citadino no les hace ni cosquillas. Así las cosas, la camioneta sin pena ni gloria en una maniobra continua, pasó el tope a velocidad normal, giró sin direccional y entró al estacionamiento. Todo eso mientras la lenta de yo, ponía direccional, frenaba para pasar el tope y giraba hacia la entrada.
Ya en el estacionamiento vi un sitio muy bueno, estrecho y un poco incómodo, pero cerca del banco al que me dirigía, así que enfilé hacia él. ¡Ilusa yo!, la camioneta se dirigió al mismo sitio. Afortunadamente en una fila más lejana al banco había otro sitio libre, que pude ocupar sin mayor problema. Me estacioné, guardé celular en el bolso, revisé los documentos que traía para pagar en el banco, saludé al vigilante que hace tiempo no veía y sorprendentemente, cuando pasé por el cajón que perdí en buena lid con la camioneta, vi que aún seguía maniobrando para poder estacionarse. Y no por falta de habilidad de la conductora, ni por falta de tecnología en el vehículo, pues además de una dirección hidráulica  de primera, tenía sensores auditivos para detectar cercanía de obstáculos en los cuatros costados y evitar el “golpe avisa”.
 Mi primera reacción a ver la situación fue voltear a la parte trasera de la camioneta. Un monstruo así, con espacio para 8 personas más equipaje, es ideal para familias grandes. La camioneta iba vacía, sólo la ocupaba la dama al volante.  No pude evitar pensar, entonces, en la cantidad infame de combustible que un vehículo así consume, que en otro contexto (familia numerosa, salidas a campo traviesa o carga excesiva) se justifica.
En algunas ocasiones he podido manejar camionetas semejantes, las he pedido prestadas cuando he necesitado transportar a familiares, amigos de mi hija o compañeros de trabajo. Y debo confesar que son una maravilla para esas circunstancias en particular; sin embargo, puedes ver como el tanque de gasolina se vacía conforme el odómetro avanza y como dice mi hija “el planeta llora”.
Por el bien del planeta, espero que la familia de esa buena mujer encamionetada sea muy numerosa, que además les encante salir de excursión en coche y por eso requieran un vehículo suburbano utilitario (SUV, por sus siglas en inglés) como el que conducen. Los SUV son un medio de transporte necesario que responde a necesidades de un mercado muy particular: largos recorridos, gran espacio interior, cómodo y seguro para pasajeros, amplio para equipaje. Sin estas características, el consumo de combustible, la incomodidad para maniobrar en espacios pequeños urbanos, es un desperdicio energético y una fuente de frustración y enojo para el conductor que “no cabe” en ciudades como la nuestra. 

jueves, 4 de septiembre de 2014

Antes que y no por que

publicado el 04 de septiembre de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Un mecanismo fascinante de aprendizaje es el que se da por asociaciones, también conocido como condicionamiento clásico o pavloviano (por haber sido Pavlov quien primero lo describió). Gracias a él aprendemos muchísimas cosas. Hay incluso quienes consideran que todas (los conductistas). Naturalmente tendemos a asociar un comportamiento con su efecto aparente y si al repetir el comportamiento el efecto se sigue manifestando, ¡zas!, tenemos un asociación aprendida. Hay muchísimos ejemplos de esto, el bebé que aprende sus primeras palabras es uno de los más fascinantes.
Este “antojo” de asociar eventos conforme crecemos lo vamos extendiendo, y podemos ir trazando hacia atrás un suceso particular para encontrar que eventos lo causaron. Por ejemplo, si perdemos la cita con nuestro dentista por llegar tarde, podemos ver que salimos tarde la oficina porque una reunión tomó diez minutos más de lo debido, y esa reunión se alargó porque uno de los participantes llegó media hora retrasado. Incluso podríamos entrar a la agenda de ese participante e ir trazando hacia atrás su mañana, para descubrir que se levantó más tarde de lo acostumbrado y el pobre tuvo una mañana contra reloj. En nuestro grupo de trabajo, tenemos la práctica individual y grupal de analizar siempre, al final de un proyecto o una actividad los resultados y sus causas, tanto los positivos como los negativos. Le llamamos a estas sesiones de “lecciones aprendidas”, pues justo tratamos de entender cómo llegamos a donde estamos y qué debemos hacer para mejorar los resultados la siguiente vez que caminemos por trayectos similares.
Sin embargo, un error común es caer en la sobre interpretación de la precedencia. Es decir, no todo lo que pasó antes de un evento, fue su causa. Por ejemplo, si el día de la cita con el dentista nos pusimos los calcetines al revés, o se nos atravesó el gato negro del vecino al salir de casa, aunque ambos eventos sucedieron antes de nuestra llegada tardía al consultorio, no fueron causa de la tardanza. Hace unos días, mientras uno de mis afectos me consolaba durante la convalecencia de una cirugía por apendicitis, me recordó que 3 días atrás me desayuné con singular alegría doble ración de huevitos en salsa verde con chorizo y concluyó “¿ves? ¡Eso fue!” Aunque la singular alegría con que desayuno es causa segura de mis kilos de más, no necesariamente hay una relación directa entre ese desayuno a mi apéndice extirpado.
Asociar causas y efectos implica una relación temporal, la causa debe suceder antes que el efecto, pero también necesitamos confirmar la asociación al entender el proceso completo, mediante la trazabilidad y, cuando sea posible, al repetir del fenómeno por experimentación.

jueves, 28 de agosto de 2014

Resolver o manejar

publicado el 28 de agosto de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Esta semana tuve que pasar varios días en reposo. Independientemente de lo difícil que es parar en seco la actividad, la semana fue una extraordinaria fuente de aprendizaje y como le comenté a Laura, mi editora, de temas para escribir. Gran parte de mi actividad profesional consiste en coordinar a un talentoso grupo como directora general de InnoBa. Antes de esta semana, me veía como una “resolvedora de problemas”. Esto es, ante una situación dada, interna o externa, nuestro equipo entra en acción, analiza la problemática y plantea alternativas de solución para finalmente, elegir alguna y llevarla a cabo.
Creo que la mayoría de los Gerentes o Directores de instituciones (empresariales, académicas o gubernamentales), nos vemos de esa forma. El director o gerente de recursos humanos, se encarga de resolver los temas de contratación, seguimiento, capacitación, optimización del talento de la empresa en que trabajo. El director o gerente de producción, de igual manera, lidia con los problemas que surgen en la línea día con día y los va resolviendo.
El sábado pasado, Rita y Toño, entrañables amigos, me regalaron un gran libro “Thinking in Systems”. Aunque he avanzado poco en la lectura, la autora, Donella H. Meadows, cita una frase de Russell Ackoff genial: “Los Gerentes/Directores no resuelven problemas, manejan marañas” (traducción libre de “Managers do not solve problems, they manage messes”). Debo confesar que me reconfortó, vi que alguien había descrito a la perfección lo que hacemos. El manejar marañas (enredos, líos) no tiene que ver con una falta de capacidad o de talento del Gerente/Director, se debe a que las situaciones a las que se enfrentan las empresas son complejas. Y como hemos enfatizados otras veces, la complejidad no es sinónimo de dificultad o complicación, significa que el todo, se comporta de manera distinta a la suma de sus partes; esto es, se generan propiedades emergentes por la interacción de las partes y se transforma en un “coso” nuevo con un comportamiento particular (una maraña nueva).
De la misma forma que un médico se enfrenta a un padecimiento, un gerente/director se enfrenta a una maraña. Ve los síntomas, identifica posibles causas, realiza pruebas adicionales que le ayuden a encontrar alternativas de solución y finalmente, hace un análisis de riesgos para tomar la mejor opción posible. La salud de un paciente o de una institución depende de la habilidad, inteligencia y experiencia de sus médicos, el primero, o de sus gerentes/directores la segunda.

Felizmente hoy, a más de una semana de mi intervención quirúrgica, soy testigo del talento de Bernardo y Arturo. Espero algún día manejar marañas en InnoBa con la misma precisión, expertez y efectividad con que ellos manejaron la mía.

jueves, 14 de agosto de 2014

Contribución y fronteras

publicado el 14 de agosto de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

La primera vez que escuche la frase “fuga de cerebros”, en una charla de pasillo en la primaria, me pareció pavorosa. La idea de materia gris escurriéndose por ahí, además de asquerosa, era de terror. Afortunadamente mis papás me explicaron con gran detalle que el cerebro no se le fugaba a nadie; sino que así se decía cuando los talentos mexicanos se iban a otros países porque les pagaban mejor. Pensé, a mi corta edad, que esta fuga de cerebros no podía ser buena para México. Y conforme fui creciendo y entendiendo el sistema de generación de talento mexicano, me preocupó aún más. Pensar en México invirtiendo, mediante becas de Conacyt, en la generación de doctores y maestros que terminaran trabajando fuera me parecía, casi casi, traición a la patria. En lo local, debo confesar que cada vez que me entero de un estudiante brillante, ganador de olimpiadas del conocimiento o de concursos de ciencia, “nos lo piratean” otros estados con becas y/o mejores ofertas de trabajo, me da el tamafat. Las fugas de cerebro, o migraciones de talento, han tenido un impacto negativo en la conformación del tejido socio-económico. Preparamos en Morelos jóvenes talentosos que normalmente se van al DF, Jalisco, Querétaro o Nuevo León, en busca de mejores oportunidades.
Con los años he entendido que hay una corresponsabilidad en el fenómeno de la fuga de talento; un país o región competitiva, requiere no sólo generar talento, sino además atraerlo y retenerlo. Ahí es donde las políticas públicas tienen un papel fundamental. A nivel federal, Conacyt está llevando a cabo una serie de programas que tienen la intención de retener el talento que el ecosistema de investigación ya  genera. Entre ellas se encuentran las cátedras para jóvenes investigadores. Y a nivel local, nuestra Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, en colaboración con Conacyt promueve el programa de incorporación de maestros y doctores a la industria.
Recientemente, pude escuchar a un joven mexicano, que estudia en la Universidad de Londres, disertar sobre la fuga de cerebros en nuestro país. Y me ayudó a ver el tema desde otro punto de vista. La pregunta importante, planteaba Tonatiuh, no es ¿cuántos investigadores se quedan en el extranjero?; es ¿qué están haciendo esos investigadores y cómo podemos colaborar? Y dio en el clavo. Nuestro acervo científico-tecnológico se enriquece con esas migraciones, lo que necesitamos es vincularnos mejor con quienes están fuera de México pero que, desde otros espacios geográficos siguen contribuyendo a la generación de conocimiento. Ese compartir conocimiento se traduce en divisas de alto valor agregado. Las redes existen y es responsabilidad de los miembros de esas redes, los investigadores que se fueron y los que se quedaron, activarlas y promover colaboraciones concretas que nos permitan recuperar ese talento que migró y que tanta falta nos hace para construir otro México. 

jueves, 7 de agosto de 2014

Motivo y oportunidad

publicado el 07 de agosto de 2014, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Mi madre siempre ha sido gran fan de los libros de Ágata Christie. En casa teníamos toda la colección y como entre ellos hay varios compendios de cuentos cortos, desde muy pequeña me aficioné también. Así que mis maestros detectives, mucho antes que los CSI, fueron Mrs. Marple y Hércules Poirot, pintorescos personajes que hacían del razonamiento deductivo un deleite continuo. En las páginas de sus acertijos criminalísticos, aprendí que para encontrar a los “culpables” era necesario que coincidieran dos aspectos: el motivo y la oportunidad. No bastaban los celos de un marido traicionado para exhibir su culpabilidad, era necesario asegurar, más allá de toda duda razonable, que el buen hombre (o no tan bueno), hubiera tenido la oportunidad de cometer el crimen. Y de manera inversa, no es suficiente que alguien careciera de coartada para, sin razón, desaparecer a una buena mujer del planeta.
Curiosamente, esta dupla de motivo y oportunidad es necesaria en muchos otros aspectos menos teatrales de la vida. Para llevar a cabo un negocio exitoso, hace falta estar en el espacio-tiempo adecuado y tener la motivación mental para que el proyecto suceda. En estos días, he tenido la oportunidad de convivir con personas que en otras circunstancias no habría conocido, esto a pesar de que tener colegas y amistades comunes; es decir, oportunidad no nos había faltado. Sin embargo, no teníamos razón para avanzar más allá de un saludo o una charla casual, estar en una reunión temática, nos asegura que todos los que participamos en ella compartimos además motivo.
Un excelente ejemplo es Ricardo Gomiciaga. Nos conocimos el lunes y compartimos taxi hacia el almuerzo en un congreso en la Universidad de Leeds. En el camino charlamos sobre México, sobre Morelos y resultó que ambos estudiamos en el mismo centro de investigación en Temixco. Yo sólo una materia del doctorado, él toda la maestría. Las amistades comunes surgieron en seguida, y encontramos un espacio de reflexión sobre la aportación que hacen los mexicanos en el mundo de la investigación y el desarrollo en otras partes del mundo. Un día después, escuchando su conferencia, encontramos más coincidencias temáticas y la posibilidad de colaborar en un proyecto de desarrollo tecnológico que, curiosamente, se está gestando en estos momentos en ese centro de investigación en Temixco.
Para generar innovación exitosa, hace falta promover la comunicación y buscar que los motivos y las oportunidades coincidan. Eso se promueve activamente desde México y en particular, desde Morelos. Es nuestra responsabilidad, como parte del ecosistema de innovación, aprovechar esas oportunidades y seguir nuestra motivación para que la ciencia, la tecnología y la innovación sean el pilar de un desarrollo sustentable.