jueves, 28 de febrero de 2013

Adaptación

publicado el 28 de febrero de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos



Tengo la fortuna de haber experimentado muchos cambios importantes en el transcurso de mi vida. 
El primero del que tengo memoria es la mudanza de mi familia del DF a Cuernavaca, cuando tenía 6 años. 
El último fue el cambio de actividad profesional, de asalariada en la UNAM a empresaria. Entre ambas transiciones, mi capacidad de adaptación se ha manifestado muchas veces. Cuando mis alumnos me preguntaban en mi primer aniversario de bodas, cómo me había sentado el salir de casa, recuerdo que les contesté lo feliz que era y lo terso que fue el cambio de residencia, de estado civil y de dinámica familiar. Por el contrario, después de mi segundo divorcio recuerdo con gran claridad lo difícil que fueron los primeros 6 meses de regreso a la soltería. Requerí de un gran respaldo familiar y auto-terapia para encontrarme a gusto en mi nuevo status.
Ahora imaginemos la situación que vive un académico joven, recién doctorado, que ha pasado sus últimos 20 años dedicado a labores de aprendizaje e investigación, al momento de ingresar a una industria como empleado; ante el reto de generar conocimiento  y responder al peor de los tiranos: el Mercado. Del otro lado se encuentra el empresario, convencido de la trascendencia de integrar a un especialista analítico, crítico y generador de conocimiento a su equipo de trabajo, aunque carezca de experiencia laboral industrial. Entender lo atractivo e intimidante de esta situación algedónica es crucial para lograr avanzar en el terreno de la innovación tecnológica. ¿Quién puede respaldar una colaboración de este estilo? ¿Cómo pueden ambos, empresario y académico, disminuir el riesgo de su asociación e incrementar las posibilidades de éxito?  El gobierno ha encontrado la manera de acompañar esta vinculación, mediante un apoyo económico que consiste en aportar una parte del salario del académico, equivalente a lo que aportará el empresario durante año. Así, el recién egresado puede contar con un sueldo digno que le permitirá concentrarse en los resultados que espera la empresa, y el empresario puede asumir la inversión en una relación que será benéfica, tanto para los involucrados directos como para la red de CTI, pues cada eslabón que se construye en el camino de la vinculación academia-empresa fortalece la gran red de la innovación científico-tecnológica. Éste es un claro ejemplo de compromiso entre gobierno federal, estatal y sector privado. 
Así avanza Morelos y así generamos un entorno sustentable juntos “y revueltos”.

jueves, 21 de febrero de 2013

Prejuicios y etiquetas…

publicado el 21 de febrero de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos



Una de las grandes cualidades del pensamiento humano es la capacidad que tenemos de clasificar. Cuando volteamos a la calle (como lo hago ahora desde mi oficina en el tercer piso), podemos clasificar lo que vemos en conjuntos de entidades comunes: autos, plantas, personas, edificios. Y a los elementos de esos conjuntos podemos sub-clasificarlos aún más; como autos compactos, deportivos, blancos, nuevos, etc. Esta capacidad de identificación de características comunes es muy poderosa, y nos ha permitido analizar y comprender mejor los fenómenos que suceden en todo el universo y a toda escala. Así ha avanzado la ciencia y la tecnología, encontrando similitudes y diferencias, analizándolas y construyendo explicaciones para ambas.
Sin embargo, esta capacidad de etiquetar al clasificar, la llevamos al extremo con frecuencia y caemos en una conducta bastante anti-científica y francamente muy negativa para la construcción de una sociedad tolerante y colaborativa. Esto sucede cuando le conferimos a todo un conjunto (con su etiqueta genérica) un juicio de valor basado en algunos elementos del conjunto. En estos casos, las etiquetas, herramientas utilísimas para clasificación y análisis, se convierten en instrumentos de prejuicio, y las malgastamos para asignar a un grupo las características de unos cuantos elementos.
Los seres humanos y las comunidades sociales tenemos una alta capacidad de adaptación a circunstancias diversas, aprendemos de nuestras fallas, modificamos actitudes y comportamiento según entorno, historias y ánimo. La intolerante de ayer, es la democrática de hoy. El obstinado de hace unos años, puede ser el receptivo de mañana. Dejemos que las etiquetas sean sólo eso, elementos de clasificación, no de juicio. Lo mexicano es tan creativo e innovador como lo japonés, lo europeo o lo norteamericano. No permitamos que prejuicios instalados en nuestra cultura, por eventos que ni siquiera nos tocaron históricamente, se interpongan al orgullo que debemos sentir al ser parte de una etnia diversa, creativa y multicultural. ¡Viva México y lo mexicano!


jueves, 14 de febrero de 2013

Aparentemente




Aparentemente
publicado en "Ciencia y Ficción" en junio 2009

         Estamos en el vestíbulo, agotados y hambrientos, discutiendo dónde ir a comer, cuando, al verte entrar, te descubro. Detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas percibo algo que acelera mi pulso y me obliga a mirar hacia otro lado. Somos, en todo el grupo, las únicas dos personas que en los descansos buscan algún lugar tranquilo para leer. En esta semana te he observado en mil instantes, de lejos, detrás de las páginas, con el temor de que me descubras. No me atrevo a distraerte, ni a alterar esa imagen perfecta: tú y tu libro, tu libro y tú. Miro cómo tus manos sostienen y acarician las páginas, y en represalia silenciosa, dirijo toda mi atención a la novela. El resto de la gente nos supone presas de la arrogancia, de una falsa intelectualidad. Sin conocer tus razones, sueño con que sean como las mías, más producto de la pasión que produce la lectura, que de las banales suposiciones de los demás.

Llevamos quince días de trabajo intenso, hemos cruzado unas cuantas palabras, y siempre me cautiva tu sonrisa tímida, tus ojos inmensos y tu conversación escasa y precisa. Sigo perdiendo la respiración cuando compartimos el ascensor, situación frecuente gracias a que somos huéspedes del mismo piso. Me sorprende descubrir que, a pesar de la distracción que me impone tu presencia, el trabajo conjunto es productivo. Tu paciencia y claridad al explicar los conceptos que me son nuevos, se equiparan a mi atención y perseverancia para comprenderlos y ponerlos en práctica. Tus frecuentes silencios dejaron hace tiempo de serme incómodos. Al contrario, son un descanso necesario ante la cada día más molesta costumbre del resto del mundo de conversar sin comunicarse, de hablar por hablar.
Mañana terminamos el proyecto. Estamos de nuevo en el vestíbulo, yo me quedo un día más; tú partes en unos minutos hacia el lugar del que te vi llegar hace un mes. Te observo una última vez detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas, y recuerdo...

     Entonces, ¿me prestas el libro? me comentas en el ascensor.
     Si me acompañas, te lo doy ahora mismo te contesto con sorpresa. Tu silencio es un “sí” manifiesto, producto de esa economía tan tuya al conversar. Te siento un par de pasos detrás de mí. Entro en mi habitación, dejo la puerta abierta con el corazón en suspenso, imaginando en segundos que te tengo entre mis brazos. Sin embargo, con la última gota de desilusión que me queda, noto que sigues de pie en el umbral. Me apuro, tomo el libro y, volviendo sobre mis pasos, te alcanzo en la entrada y te lo entrego.
     De verdad está buenísimo, te va a encantar. Un poco difícil el inglés, pero haz como yo, sáltate lo complicado parloteo víctima de la excitación. Me acerco un poco más, mientras tú tomas el libro y mi mano, al tiempo que nuestros labios se tocan, casi sin querer, como por accidente.
     ¿Me quedo? susurras en mi oído.
     Sí, por favor”, pienso enseguida, sin saber a ciencia cierta si logré articular palabra. Entonces, el deseo contenido de tantos días, tantos instantes, me inunda. Tu sonrisa tímida se transforma en una dulce y salvaje fuente de sensaciones. Tus manos diestras acarician mi cuerpo con una precisión y una calidez que me pierde, que me enloquece. Desato tu cabello y sumerjo mis dedos en la cascada castaña que tantas veces anhelé. Sin decir palabra nos contamos la vida, mientras nos leemos la piel. Compartimos un silencio que sólo se interrumpe con el crujir de las sábanas y el ritmo de nuestra respiración en sincronía. Vivimos en la última de las noches la intensidad acumulada de cuatro semanas, impulsados por una vitalidad surrealista. A media luz, nuestros sentidos se intensifican en el clímax, una y otra vez; hasta que los rayos del sol interrumpen nuestro silencio. La realidad del encuentro ha superado la fantasía de mis noches desiertas.

Estamos en el vestíbulo cansados y satisfechos, discutiendo con el grupo la ruta del día. Aparentemente, de un mes para acá, nada ha cambiado; detrás de tu andar cansado, el cabello recogido y las gafas caídas, percibo algo que acelera mi pulso, pero ya no miro hacia otro lado. Esta vez, de manera imperceptible para los demás, contemplo tus ojos inmensos, tus manos diestras y tímidamente sonreímos.

Bio-fascinación

publicado el 14 de febrero de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Debo reconocer que yo aprendí biología el día que comprendí el concepto de selección natural. Tenía 26 años y mi formación estaba dominada por la ingeniería, el álgebra, la lógica y la computación. Algo había aprendido sobre las ciencias de la vida durante mi educación, formal y no. Sobre Darwin y los conceptos de evolución y selección natural, mi mejor maestro en la infancia y adolescencia fue Cantinflas, que, en sus cápsulas animadas del “Cantinflashow”, nos ilustraba desde la televisión sobre nuestro parentesco biológico con los monos.
Quienes usamos lentes, recordamos perfectamente la sensación de usar la graduación correcta por primera vez; los colores son más vivos, las imágenes más nítidas, los detalles se aprecian y donde había una mancha aparece una flor, o una cara conocida. Lo mismo sucede en términos conceptuales cuando el concepto de selección natural se entiende en la maravilla de su sencillez y la contundencia de su impacto, la vida cambia. No puedes volver a ver una flor, un pavorreal, una jirafa o una enfermedad sin maravillarte ante la elegante simpleza del mecanismo evolutivo. Incluso, el concepto es tan poderoso que se aplica a temas de conducta y comportamiento animal.
En general, entendemos que las especies evolucionan gracias a variaciones al azar que se dan en cada individuo, generación tras generación. Cuando esas variaciones afectan su capacidad de reproducción, para bien o para mal, se marca un hito en la evolución de esa especie en particular. Si, por ejemplo, la nueva característica heredada lo hace más visible para sus predadores o más lento, ese individuo tendrá menos oportunidades de reproducirse, menos descendientes y por lo tanto será una avenida trunca en el camino evolutivo de su especie. Por otro lado, si la nueva característica mejora sus posibilidades de supervivencia (porque pueda alimentarse mejor, corra más rápido ajeándose de los predadores o viva más años), entonces tendrá más probabilidades de reproducirse exitosamente, sus descendientes podrán heredar la característica y, así, ésta se introduce en el acervo genético de su especie.
Esto quiere decir que a las jirafas no les creció el cuello para comer de los árboles más altos; todo lo contrario. Las jirafas pueden comer de árboles más altos porque tienen el cuello más largo. La evolución no conoce la palabra “para”; simplemente los organismos que hoy poblamos la tierra somos los que hemos heredado las características que nos permiten sobrevivir mejor a nuestro entorno. Esto es así, tanto para la abeja que danza sobre nuestra naranjada en el jardín, como para nosotros. Todos somos fruto del extraordinario mecanismo de la selección natural. ¡Fascinante! ¿Verdad?

jueves, 7 de febrero de 2013

De Morelos al mundo

publicado el 7 de febrero de 2013, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Quienes me conocen, saben que suelo alardear de dos cosas. La primera, que desde los 6 años que llegué con mi familia a Cuernavaca, nunca he salido de “mi pueblo” por más de 3 semanas. Toda mi formación y educación se la debo a esta bella ciudad (y su zona conurbada). Crecí en la era a.I. (antes de Internet) y a pesar de eso, tuve contactos de primera mano con culturas diversas, con usos y costumbres europeas, norteamericanas, ibéricas y sudamericanas. Aprendí a valorar la tolerancia y la diversidad desde temprana edad, gracias a esas inmersiones en otros mundos que me regaló la lectura. Especialmente valiosa, para mi formación, fue la literatura de ficción científica (o Sci-Fi, por apócope del inglés), que construye mundos y escenarios fantásticos a partir de algún hecho científico. Esta formidable mezcla de incursiones a lo imaginario, a lo fantástico, con un sutil hilo conductor científico, fomentaron en mí la admiración por otras maneras de pensar, la necesidad de estirar mi marco de referencia para tratar de comprender mejor a los otros. Isaac, Carl, Philip, Poul, Ursula, Robert y Paul son algunos de los compañeros que tuve en este proceso. Autores brillantes del género, a quienes llamo por su nombre propio como los queridos amigos que son.
La segunda, íntimamente relacionada a la primera, es que en Morelos se hace investigación de clase mundial en prácticamente todas las áreas del conocimiento, desde las Matemáticas, hasta las Ciencias Sociales y Humanidades. Desde hace más de diez años, orgullosamente he comentado: “dime un área del conocimiento y seguramente te podremos contactar con alguien que investiga sobre el tema”. Y así es, Ingeniería en Materiales, Química Orgánica, Simulación y Teoría de Números, Genómica, Computación, Antropología, Literatura, Sociología, Energías Renovables, Prospectiva, Ciencias de la Conducta y Medicina, apenas es el inicio de la lista en que incluyo las primeras áreas que vienen a mi mente. Tengo la fortuna de gozar de amistades entrañables aquí en Morelos que han dedicado su vida a entender mejor los futuros, las enzimas, el silicio, las políticas energéticas, lo imaginario, la otredad, la migración, la optimización, el agua… Y aunque estas amistades las he construido d.I. (después de Internet), han sido el balance en el mundo real, de aquellos amigos de mi infancia y adolescencia que compartieron mi entorno virtual.
Hoy, no hay pretexto para permanecer alienados del resto de nuestros congéneres. Somos parte de un mundo enlazado real y virtualmente, que sólo requiere que abramos un buen libro, o nos conectemos a una red social enriquecedora. El acceso a todo el mundo, independientemente de la existencia de Internet, siempre ha estado en la punta de nuestros dedos.