jueves, 27 de diciembre de 2012

Un cuento de sustentabilidad

publicado el 27 de diciembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Algo que mi mamá siempre ha considerado tradición en estas épocas es ver en televisión por lo menos una versión del “Cuento de Navidad” de Charles Dickens. Conoce y disfruta todas, desde la animada de Walt Disney, hasta la que presenta a un fantasma de las navidades futuras que se sostiene sobre un par de niñas famélicas. Yo nunca entendí, ni compartí, este antojo estacional de mi madre. Es más, desde hace años no había vuelto a ver ninguna interpretación del cuento, hasta esta Navidad.
En estos días de asueto, disfruté un maratón de la 5ª y 6ª temporadas de “Dr. Who”, divertida serie británica de ciencia ficción. Uno de los episodios es una versión modernizada del relato de Dickens, y encontré en esta historia un excelente ejemplo de toma de decisiones con perspectiva de sustentabilidad.  En la víspera de navidad se nos presenta a un empresario millonario que toda su vida ha optado únicamente por incrementar sus indicadores económicos. La consecuencia de esas decisiones, lo llevaron a la quiebra social, comunitaria y familiar. Al revisar su pasado, su presente y su futuro, este hombre se transforma e inicia en el presente inmediato (la mañana de Navidad) a tomar decisiones buscando mejorar otros indicadores: el social, al darle trabajo a los empleados que había despedido injustamente; el institucional, al regresar a la familia que había abandonado hacía años; y en la versión de “Dr. Who”, hasta el ambiental, pues este millonario en particular controlaba hasta el clima, y decide dejar que la naturaleza tome su curso. Por si fuera poco, el cuento de Dickens nos permite ver la dimensión temporal también, pues efectivamente la sustentabilidad tiene que ver con tomar decisiones para tener un  futuro mejor, sin dejar de lado la atención a los menos favorecidos del presente.
La sustentabilidad es un tema multidimensional, involucra un equilibrio entre lo social, económico, ambiental e institucional, que fija la mirada en un futuro mejor, actuando inmediatamente para cerrar brechas y mejorar la calidad de vida de quienes no han tenido las mejores oportunidades para salir adelante. El día que más personas, en todos los niveles, logremos tomar decisiones cotidianas con perspectiva de sustentabilidad, tendremos ese otro mundo al que todos aspiramos: una sociedad libre, equitativa, democrática y participativa. 
¡Feliz Sustentabilidad!

Un asunto de madurez

publicado el 20 de diciembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Estamos acostumbrados a medir nuestra edad según el número de vueltas que nuestro bello planeta da alrededor del Sol. Así, a las 6 vueltas cumplidas se considera en nuestro país que tenemos la madurez suficiente para entrar a la primaria. Doce vueltas más y estamos en edad de votar y legalmente de comprar y consumir alcohol, tabaco y hasta de casarnos. Sin embargo, todos sabemos bien que la madurez es un indicador mucho más complejo que el número de noches que hemos dormido bajo cielo estrellado. Soy de las que piensan que la madurez es un proceso que se relaciona con la capacidad de tomar decisiones informadas e independientes. Y bajo esa convicción he visto crecer a mi hija, a mis amistades, conocidos e incluso a mí misma.
Así, aunque me encanta recibir y dar regalos en los cumpleaños, considero que las decisiones que tomamos son mejor medida de nuestro crecimiento como personas. Y por esta mista razón además de valorar la libertad con que una persona toma decisiones, creo que es fundamental que, además de informadas, las decisiones tengan perspectiva sustentable y que quien las toma lo haga con un claro sentido de responsabilidad consciente (que es como yo traduzco accountability).
Como sociedad, tomamos decisiones todo el tiempo, no sólo al emitir el sufragio en tiempos electorales, sino más importante y trascendente, al elegir productos o servicios en el día a día. Desde esta perspectiva las sociedades más maduras, logran tomar decisiones en pro del bien común y de la sustentabilidad. Una sociedad que elige transportarse en vehículos de bajo consumo energético, híbridos o eléctricos, es muestra de un conjunto de individuos que toman decisiones cotidianas al invertir en sistemas de transportación personal o colectiva con visión sustentable.  Esto es madurez social, entender que hay un balance delicado entre lo social, económico, ambienta e institucional, y tomar decisiones en consecuencia.
Optar por apoyar la inversión personal y pública en energía renovable también es un asunto de madurez. Tenemos el conocimiento para instalar sistemas rentables para generación de energía usando fuentes renovables, sólo hace falta que hagamos gala de madurez e invirtamos tiempo, dinero y voluntad en lograr un entorno sustentable en casa y en nuestro Estado.

De mensajes y mensajeros

publicado el 13 de diciembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Uno de mis más grandes defectos es mi falta de gracia para contar chistes o anécdotas. ¡Soy malísima! Además, como tengo la fortuna de contar con buenos amigos que son excelentes narradores y con un sentido del tiempo extraordinario para contar chistes, es aún peor. Peor por el contraste y por el desperdicio casi trágico que hago de tal acervo de buenos mensajes, que “mato” con mi pésimo medio de transmisión.
Y es que no basta con tener buena información, ni con tener emisores adecuados y receptores abiertos e interesados, es esencial contar con mecanismos de transmisión del mensaje que sean adecuados. Sólo así se logra la comunicación efectiva. Es un error pensar que la mera acción de enviar buenos mensajes es suficiente para llegar a un público sediento de información y conocimiento. De igual forma, contar con los canales, medios y formas de comunicación no es suficiente sin contenidos de calidad (generados por receptores sensibles) o sin receptores abiertos y dispuestos a enfocar su atención en una comunicación en particular.
Los grandes oradores, son además excelentes “sensores” del ambiente que los rodea. Elaboran mensajes de acuerdo a sus públicos y para lograr eso, necesitan escuchar, ponerse en los zapatos de quienes recibirán su mensaje y actuar en consecuencia. La comunicación es, como tantas otras cosas, un sistema donde las partes (emisor, receptor, mensaje, medio) son tan importantes como las interacciones entre ellas y el contexto en que están embebidas.
Para quienes comunican ciencia, la tarea es justo esta, lograr transmitir efectivamente un mensaje de alta calidad del área de su especialidad a un público en particular. Cuando el público está formado por sus pares académicos, suele ser una labor muy efectiva. Sin embargo, al cambiar la composición del público, la efectividad de la comunicación parece depender de que tan adaptable sea el emisor del mensaje a los distintos grupos a que se dirija. De ahí la importancia de los divulgadores de ciencia, que tienen la capacidad de recibir mensajes de parte de un sector académico altamente especializado y transmitirlos a distintos públicos, según sus habilidades y capacidades. Como en tantas actividades humanas, es la colaboración entre académicos y comunicadores la que logrará acercar a la gente el conocimiento pero sobre todo la actitud científica y con ella, abrir las puertas a la posibilidad de ser parte de una sociedad mejor informada, participativa, crítica y  corresponsable. 

¡Qué trabajo cuesta!

publicado el 6 de diciembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


La diferencia entre mi hermano menor y yo es de casi seis años. Así que durante muchos años viví como “hija única”, pues la convivencia fraternal se dio hasta que salí de la primaria. Siendo además de distinto género, poco drama había para compartir juguetes. Él no se metía con mis muñecas, yo no lo hacía con sus cochecitos (o casi no). Esta “ventaja” en la convivencia cotidiana se traducía en debilidad cuando me reunía con mis primas. Ellas acostumbradas a la ausencia de propiedad privada entre hermanas, me ponían en jaque cada vez que llegaban a casa de la abuela a vacacionar. Prestar mis juguetes era un dramón (berrinche, llanto y más), y compartir la atención de mis tíos, ¡era aún peor! Me costó mucho trabajo y lágrimas darme cuenta que, si me animaba a convivir en grupo más tiempo, la experiencia era mucho más enriquecedora. En conjunto podíamos jugar a los listones, las ollitas, los encantados o el amo-a-to; y entonces, en lugar de una fracción de tiempo y atención individual, contaba con la riqueza de la interacción múltiple.
De manera similar sucede en el tema del conocimiento. Contrario a la creencia popular, cuando lo compartimos activamente, logramos construir más y mejor conocimiento. Sucede hasta cuando leemos un libro o vemos una película. ¿No es más rica la experiencia de comentar un libro entre varios? ¿Quién no ha discutido y disfrutado tramas de películas o fragmentos de novelas? Después de esas tertulias de intercambio todos salimos con un mejor y más completo entendimiento de lo discutido. Compartir lo conocido desde nuestra perspectiva y contexto individual nos permite mirar desde otros contextos y otros puntos de vista al objeto a entender. Y sí, al terminar esas experiencias de intercambio, el conocimiento grupal e individual crece. Este “gaje del oficio” lo conocen bien los científicos, viven enriqueciéndose todos los días, al mismo tiempo que enriquecen el saber de la humanidad en su conjunto.
Vivimos en la era del conocimiento, éste es nuestro activo más valioso y más importante. Con una ventaja adicional: a diferencia de otros activos como el oro, los dólares o el petróleo, que al compartirlos se fraccionan y por tanto, quienes los comparten tienen menos de manera indiviudual; al compartir el conocimiento, éste se acrecienta, mejora y multiplica. Cambiemos de fondo el enfoque, compartamos conocimiento, colaboremos y construyamos un mundo mejor.

De intérpretes a intérpretes…

publicado el 29 de noviembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos


Es bien sabido que una mala traducción mata películas, artículos y hasta romances. Más de una vez, un chiste mal traducido ha enviado al olvido diálogos que en su idioma original son épicos. Por otro lado, una buena traducción es sin duda parte del éxito de series como “Los Simpsons” o películas animadas como “Shrek”. El secreto de estas traducciones de primera está en que, más que traducciones literales, son traducciones contextualizadas. Un buen intérprete necesita más allá de ser n-lingüe, ser n-cultural para así lograr transmitir tanto el conocimiento explícito, dado por el lenguaje, como el tácito inmerso en el contexto, entre dos culturas de habla distinta.
En un entorno donde, por la complejidad de lo cotidiano, se van generando subculturas (cultura científica, cultura empresarial, cultura fiscal, cultura ambiental, por mencionar algunas), se va haciendo cada vez más necesaria la formación de intérpretes. Podemos pensar, equivocadamente, que en una región particular, Morelos por ejemplo, dado que todos hablamos español, basta sentar juntos a un empresario y a un científico para que logren concretar un proyecto. Nada más equivocado que esto. Para que se dé una relación efectiva que genere conocimiento, es necesario generar confianza, comunicar con claridad y encontrar una región de contextos compartidos. Ambas personas hablan español, e incluso, ambos están inmersos en el contexto de la ciudad y su cotidianeidad; sin embargo, sus vivencias, sus satisfactores profesionales, sus preocupaciones cotidianas y sus horizontes financieros, son distintos. Para lograr una comunicación efectiva, requerimos cada vez más, personas bi-culturales, vinculadores reales. Individuos que entiendan “en el alma” la necesidad de contar con evidencia para llegar a conclusiones, so pena de perder la credibilidad y destruir reputación. Pero también que comprendan, de igual manera, la responsabilidad de mantener una empresa, que quincena a quincena cuente con el flujo de efectivo para pagar nómina e impuestos. Esta comprensión se logra con la experiencia, no se aprende de oídas (o leídas), y es necesaria para dar justa medida a las inquietudes, temores, esperanzas y proyectos de empresarios y académicos.
Estos constructores de puentes entre sectores que hablan el mismo idioma, pero están embebidos en contextos diferentes, son necesarios para traducir en un inicio y para, más importante aún, generar un espacio confortable de interacción donde más adelante, académicos y empresarios generen y compartan una cultura común, la de la innovación.