lunes, 19 de noviembre de 2012

Causa y propósito


publicado el 15 de noviembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Durante mi embarazo recibí toda la clase de consejos sobre cómo criar a los hijos. Uno de ellos vino con un librito de título aterrador: “¡Porque lo mando yo!”. Lo leí y palabras más, palabras menos, aconsejaba a los padres a recurrir al mecanismo de la autoridad para imponer su punto de vista cuando fuera necesario. Como si la Ley de la Gravitación Universal fuera importante sólo porque la “promulgó” Newton. Y no es así, es ley porque pasó la prueba del rigor científico. Así que, en general, cuando pido que se haga algo, lo acompaño de la explicación que corresponde. No es desde mi autoridad que espero que la cosa pase, es por y para algo. Así lo he hecho con mi hija, estudiantes, compañeros y colaboradores. Siempre he vivido convencida de que entender las causas de las cosas es fundamental para tomar buenas decisiones.  Considero que contar con información confiable que dé contexto y nos permita entender causas y propósitos nos “empodera”, nos permite tener las herramientas suficientes no sólo para seguir una instrucción, sino más importante aún, para obtener un resultado esperado.
Hoy en día pareciera estar de moda la “innovación”. Es casi un mandato supremo “innovar o morir”. Varias veces al día escuchamos que nos invitan a innovar en casa, en la decoración, la alimentación;  en la oficina, en la compra de una nueva computadora; o en lo personal, adquiriendo un nuevo celular. Para complicar más las cosas, hay un malentendido importante: innovación no es sólo novedad. La innovación tiene, por definición, que contemplar la salida comercial. Entonces, adquirir nuevas computadoras califica como innovación en una compañía únicamente si esta compra impacta positivamente en el servicio que ofrece y por lo tanto se traduce en una ventaja comercial.
Entonces vemos con claridad que innovar, no es sólo cambiar lo viejo por lo nuevo, es una necesidad del sector productivo para poder sobrevivir en este mundo competitivo. Lograr sacar al mercado un proceso o producto novedoso que tenga impacto comercial, es la causa y el propósito para generar innovación.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Un mundo maravilloso

publicado el 8 de noviembre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos

Es curioso cómo, a pesar de que todos vivimos en el mismo planeta, habitamos distintos mundos. Déjenme platicarles como es el mundo en que yo vivo.
En este mundo, cuando de pequeña lloraba en el coche durante una tormenta eléctrica, no me consolaban contándome que los rayos eran “el cielo tomándome una foto por ser tan bonita”. Mi padre me explicaba cómo gracias a un papalote Benjamín Franklin había entendido los  rayos e inventado el pararrayos mientras estudiaba la electricidad, “esa misma electricidad que hace  funcionar la tele”, me decía.  Desde muy temprana edad, cuando oía ruidos en la noche, no había “cocos”, “fantasmas”, ni “hadas”, eran ramas, vigas, tuberías, viento en las puertas o alguien de la familia escabulléndose a la cocina por un tentempié. Las manchas en el cielo diurno o nocturno no eran naves extraterrestres, eran objetos voladores no identificados (o.v.n.i.), pero terrenales. Recuerdo que una vez seguimos en la penumbra un globo de Cantoya, que antes de identificarlo con claridad, ya había alborotado la imaginación de mis primos.
La llave a este mundo la tienen los comunicadores y divulgadores de la ciencia y la tecnología. Ese fantástico grupo formado por padres de familia, maestros, amigos, periodistas y académicos, que se ha dado a la tarea de combatir la ignorancia como en un gran juego de “Maratón”. Gracias a ellos sabemos que las pirámides las construyeron nuestros ancestros, guiados por su inteligencia, su tenacidad, su perseverancia; motivados a realizar proezas “sobrehumanas”, que trascendieran sus efímeras existencias y exiguas fuerzas individuales.
En este mundo formidable, los científicos mueven las barreras del conocimiento todos los días, mejorando nuestra calidad de vida, explicando los fenómenos que nos rodean, liberándonos de magias, mitos y miedos. Porque entender nos hace libres, nos permite vivir una vida plena, llena de esperanza y confianza en la inteligencia humana.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Oxi... ¿qué?

publicado el 25 de octubre de 2012, en la columna "Con peras y manzanas" del Diario de Morelos



La primera vez que escuché la frase “inteligencia artificial”, allá por los ochenta, sonreí. En mi muy personal concepción antropocéntrica, la inteligencia era una característica exclusivamente humana. Por eso, inteligencia artificial me parecía un oxímoron, una frase bellamente construida, compuesta de dos conceptos opuestos a partir de los que emerge un nuevo significado.  ¿Cuántos no se atacaron ante la posibilidad de contar con máquinas pensantes que algún día fuesen más brillantes que nosotros? Hay un sinnúmero de novelas y películas que tratan el tema, entre las más populares tenemos la trilogía de “Matrix” de los hermanos Wachowski, o “I.A.” de Spielberg.  Hoy inteligencia artificial es un término ampliamente conocido y un concepto socialmente aceptado. Ya nadie se asusta ante la idea de tener gente construyendo máquinas que aprendan, que reconozcan e incluso que razonen, basadas en ciertos conjuntos de reglas.

Hace unos cinco años otro oxímoron me hizo sonreír: “biología sintética”. Inmediatamente pensé en la primera vez que escuché la palabra “sintética”, y eso fue allá en los setenta. Recuerdo que ante la crisis de aquél entonces, comprar artículos de piel genuina era prohibitivo. Había chamarras de piel sintética, de hecho, prácticamente toda la ropa que usábamos era de fibras sintéticas. De ahí que escuchar la frase “biología sintética” tenga ese sabor de contradicción que todo oxímoron que se respete nos provoca.

Atestiguar cómo el conocimiento humano va empujando fronteras, dotando de inteligencia a un montón de “fierros”, o aplicando ingeniería a proteínas y enzimas, es un privilegio que tenemos los que poblamos este siglo. Robando su oxímoron a Borges, presenciar la “graciosa torpeza” con que avanza el saber humano es un placer doloroso, envuelto en redefiniciones, que confronta nuestras certezas y nos pide continuamente una mente abierta a nuevos significados.